mentiras
El origen de los vision boards
por Sara Nicole Arias
Algunos atribuirán el éxito de El Moulin Rouge a la excentricidad de sus salas o sus elaborados espectáculos, pero después de leer esto hay que darle crédito también a la posibilidad que se abrió en esa pared de fotos.
El cabello de las mujeres se atiborraba en las peluquerías y se veían en la obligación de contratar a alguien que se dedicara exclusivamente a barrer los recortes de pelo que eran necesarios para un buen peinado a lo garçon. El impulso femenino de los años veinte o una nebulosa llena de plumas y sueños tocaron a las mujeres en el reconocido cabaret parisino El Moulin Rouge, que en sus perfumados camerinos destinaban un espacio en la pared para pegar las fotografías de reconocidos artistas y hombres adinerados que esperaban con ansias que durante el año cruzaran la puerta de El Moulin Rouge. El azar los terminaba arrojando allí, no había ninguna intervención más que la que podría provocar una imagen en el camerino de un cabaret, una imagen que le genera envidia al destino, qué no soporta que algo la intente imitar y qué al parecer amaba impresionar a mujeres con sombrero de campana. Algunos atribuirán el éxito de El Moulin Rouge a la excentricidad de sus salas o sus elaborados espectáculos, pero después de leer esto hay que darle crédito también a la posibilidad que se abrió en esa pared de fotos.
Al mismo tiempo, existía a las sombras del reconocido Cotton club ubicado en Harlem (el barrio negro de Manhattan) el clandestino Nach Bar, nach es la traducción al alemán de la palabra “después” lo que alude a su finalidad, pues era el lugar de refugio de los artistas negros que iban a tocar al Cotton, podían tocar el mejor jazz, pero ninguna persona negra podría estar en la fiesta. Esto poco les importaba a los jóvenes artistas que soñaban con aparecer en la escena y allí en el Nach Bar existía la posibilidad, el barista y socio del lugar tenía una pizarra donde anotaba los nombres de los que esperaba que durante el año terminaran trabajando para el Cotton, había que hacerse amigo del barista y frecuentar el bar para que apareciese su nombre, lo que terminaba siendo un triunfo. La creencia se fortalecía cada año, pues invariablemente terminaban tocando jazz en el reconocido Bar neoyorquino y aunque estuviera presente la posibilidad de que no fuera así, era por lo menos una pena no intentarlo.
Pero para los jóvenes londinenses de los sesenta era una pena no intentar tomarse una foto a inicio de año frente a alguna mansión lujosa que les gustara en Londres, después pegar dicha foto en su armario y pretender que esa sería su casa en un tiempo. Sin embargo, toda intención humana tiene un origen aún más profundo que podemos encontrar, por ejemplo, en las mujeres de los marinos escandinavos que, justo antes de iniciar las temporadas más peligrosas, pintaban mares calmados y amplios festines en un trozo de madera.
Si no me creen, busquen.