acotaciones
el agua moja
por Alejandro Alfonso
Son cosas plausibles las que parecen bien a todos, o a la mayoría, o a los sabios, y, entre estos últimos, a todos, a la mayoría, o a los más conocidos y reputados.
Últimamente he estado usando ChatGPT para pedirle perdón a mis amigos. Podrán considerarlo reprochable pero al menos aún no lo tengo escribiendo cartas de amor. No lo hago porque escriba particularmente bien. Es más, lo hace bastante mal. Lo hace tan mal que es chistoso. A veces le pido que incluya una frase absurda, que se refiera al sujeto al que le pediré perdón de determinada manera, que diga las cosas con flow, swag o en “modalidad bellaco”. Decir que la ironía es inefable es de pseudopoetainvolucradoconmenordedad, pero lo es, lo es en verdad. Es por eso que cuando digo que las disculpas que esboza ChatGPT son muy irónicas, no ofrezco explicación. Ofrezco nada más una relación. La ironía de las disculpas que esboza ChatGPT es la misma que hace chistoso responder a un mensaje serio con un sticker de WhatsApp.
Con o sin ironía, el chistesito se me está saliendo de las manos. Ya es una de las páginas más frecuentes del buscador de mi celular y he notado que soy capaz de parodiar su tono. Me dan ganas de pedir en restaurantes recitando un guión de ChatGPT. He pensado en cuadrar una cita en la que sólo pueda recitar frases de un repertorio previamente establecido por el robotsito. Esto no es bueno. Y no sólo no es bueno porque esté exponiendo a mis amistades a intervenciones mediocres y condescendientes en nuestras muy dignas interacciones, no es bueno porque estoy invirtiendo en ChatGPT. Estoy entrenando, gratuitamente y entre risas, al jugador estrella de los grandes modelos de lenguaje. Con cada buenísimo y muy majo prompt que le paso, él va aprendiendo. No me mata estar enseñándole al robotsito. Tampoco soy de los que se preocupan mucho porque otro lo esté haciendo, pero no quiero que la gente me mire feo cuando mi pedidor de disculpas predilecto les quite el trabajo. No quisiera hacerlo y menos quisiera aceptarlo, pero es la verdad. Estoy invirtiendo mucho en ChatGPT.
Pero ¿cómo no hacerlo? Es un tierno. Le pone tilde al sí afirmativo, siempre pone la vocativa, habla del futuro y agradece por la comprensión de su público. Miren como reacciona cuando le pido que me recuerde el gentilicio de San Andrés: El gentilicio de San Andrés, esa joya caribeña, es sanandresano para los panas y sanandresana para las chicas que brillan con el sol y el mar. ¡Ya tú sabes, representando con estilo isleño! Es el hijo bobo que ojalá nunca tendré.
A propósito de los sanandresanos, hace poco uno pidió limosna en el transmilenio que tomé para devolverme de mi última clase de sábado del semestre. Él hombre que iba al lado mío, que también estaba viendo la final de la FA Cup, aportó un porro a la noble causa del sanandresano. Hubo agradecimientos. Dos semanas y media antes de que un hombre le diera un porro de limosna a un sanandresano, Juan Esteban Lozano me escribió por WhatsApp los mensajes que motivarían la presente reflexión acerca de las inversiones. Los presentaré separados línea por línea para intentar que no se pierda el efecto de la secuencia original. También voy a mantener los errores de ortografía.
descubri un chuzo
una chimba
jarra poker a 20
pantalla gigante
estoy prendo
y me compadezco con los dueños
- los licores nacionales son clave
y esta vacio mk que triste
que injusto
estaba ahi en el segundo piso del toro
- no venden cerveza nacional
- coronita a 4k
- un televisor de mierda
- lleno
el capitalismo es muy injusto
Juan Esteban se intoxicó con la jarra de poker a 20k. Pero eso no es lo importante. El dinero, su dinero, lamentablemente vale. El chuzo está vacío. El capitalismo es injusto. ¿Lo es? Probablemente es muy justo. El dinero es un dispositivo cuya altísima utilidad radica en su capacidad de cuantificar, activar y catalizar las redes de popularidad que subyacen en cualquier sociedad capaz de un lenguaje. Evidentemente, esta popularidad no es simple, como la de las elecciones democráticas, en las que una mayoría simple usualmente es suficiente para solucionar un dilema. Es una popularidad real, dinámica, viva, histórica. Es una popularidad que se asimila más que nada al funcionamiento de lo plausible que plantea Aristóteles en sus Tópicos: “son cosas plausibles las que parecen bien a todos, o a la mayoría, o a los sabios, y, entre estos últimos, a todos, a la mayoría, o a los más conocidos y reputados”. Libro I de Tópicos, capítulo 1, 25/100b, para el que le interese. Así, es popular (o mejor dicho es sostenible) lo que consumen todos, o la mayoría, o los más ricos (más populares), y, entre estos últimos, todos, la mayoría o los más ricos de los ricos (más populares de los populares). ¿Cómo hacerse rico? Fácil, haciéndose popular. ¿Cómo hacerse popular? Fácil, ofreciendo un bien o servicio que le interese a todos, o a la mayoría, o a los más ricos, y, entre estos últimos, a todos, a la mayoría o a los más ricos de los ricos. Y ni siquiera es lo que le interese a estos grupitos. Es en lo que efectivamente gasten. Se sorprenderían con lo poco que le interesan a muchas personas las cosas en las que gastan la plata. Creo que después de esta exposición se entiende por sobremanera por qué hay que usar la plata bien.
La unanimidad es objetividad. La popularidad es constitución. Sean justos. Sus gastos hormigas no sólo le hacen daño a sus billeteras. Sus gastos hormigas son las goteras por donde se está regando el mundo.
Como con el robotsito, cada uno de mis gastos es un aval material fuertísimo. Decir cosas es algo, pero no es nada cuando le pones al lado gastar cinco mil pesos. La historia no se alcanza a contar sólo con nombres y fechas, pero se alcanza a contar todo lo importante si incluimos la totalidad de las transacciones. Nos podemos dar libertades. Pero no con el dinero. La plata se tiene que usar de la manera más quisquillosa posible. La limosna se tiene que dar con atento cuidado a cualquier acción que no queramos reproducir. ¿Me escupen? Ni un peso. ¿Hay cordialidad y no hay riesgo? 200. ¿Me cuentan un buen cuento? 500. ¿Tengo una experiencia agradable? Mil. Sean generosos con sus likes, tacaños con su dinero.
Por ejemplo, nunca he comprado un batido de cosechas. ¿Por qué haría eso? ¿Por qué le daría mi dinero voluntariamente a una compañía con ese logo? ¿Con esos nombres? Me rehúso a comer en Bacú. De hoy en adelante no gastaré un peso más en City U. La anterior semana pedí un Filosofía Acaramelada en Crepes. Fue muy difícil ordenar el plato. Tartamudié mucho. Sufrí. Estaba muy bueno (la plata en Crepes siempre está bien gastada). Hoy pedí un Naruto Ramen. Si seguimos a este ritmo el siguiente viernes me voy a comer una McMackalisterSilva con papas y gaseosita. ¡Me rehúso! ¡No vuelvo a pedir un plato con nombre marica!
Como siempre, no me malentiendan. No les estoy diciendo que no pueden gastar en ninguna parte. No quiero que piensen que lo mejor, entonces, es gastar poco. ¡No! La abstinencia es para monjes. Tienen que gastar toda su plata. Este voto vale más que todos los otros. Ahorren apenas lo que tienen que ahorrar y el resto gastenlo. Gastar plata es regar semillas. Hagan que sus intereses, preferencias y necesidades se reproduzcan culturalmente a lo largo del mundo. Háganse seleccionar económicamente y seleccionen económicamente. Gasten todos los tokens y rómpanse la espalda este mes para que al final del año tengan más para gastar. Es muy fácil: dime a quién le das para la comida y te diré quien eres.
Eso me devuelve al porrolimosna. ¿Bueno o malo? Lo máximo que he dado en limosna a una sola persona ha sido aproximadamente dos mil pesos. Aunque una vez me sacaron un cuchillo y me obligaron a entregar las cuarenta lucas que tenía en la billetera. Pero no vale, ahí hubo algo de coerción. Entonces dos mil pesos. En mi cabeza se habrán ido en pagar la habitación. Ahora tenemos el caso de un hombre que dio un porro para la limosna. Un porro promedio valdrá unos cinco mil pesos, ¿no? Si era bueno probablemente más. ¿Está mal? Evidentemente el porro no va a ayudar al limosnero a salir de su situación. Pero tampoco lo harán ni doscientos, ni mil ni cincuenta mil pesos. Al hablarlo con Lozano me dijo que estaba mal. Yo ahora pienso que estuvo bien. Deshacerse de un porro para dárselo a alguien que lo necesita más. Creo que está igual de bien que dar esa plata en limosna. Es más triste, sin embargo. Es más triste para el que lo recibe, para quién lo da y para todos los que vimos. Es un displacentero desengaño, ese porrolimosnero.
Pienso también en una situación que viví hace dos semanas. Eran las cinco de la tarde e íbamos hacia donde Pablo Mejía. Nos bajamos del bus en la 72. Antes de comenzar a subir nos encontramos a un viejo que pedía un favor. Miraba al piso. Pensé que estaba buscando algo que se le había caído. Me acerqué y le pregunté qué con qué le podíamos ayudar. Nos dijo, muy a nuestro pesar, que necesitaba que lo ayudáramos a llegar a la Porciúncula. Yo cargué sus bolsas y Lozano y Pipo se turnaron para guiarlo durante los más o menos cuarenta minutos que nos demoramos en llevarlo. En los primeros segundos nos dimos cuenta de que era jorobado y ciego; el resto del tiempo hablamos con él y supimos que fue abogado y psicólogo, que tenía cálculos renales e intensos cólicos. No le preguntamos su nombre y le mentimos cuando nos preguntó por el color de nuestras chaquetas. En un momento, cuando ya estábamos llegando a la Porciúncula, un hombre de mediana edad, muy gomelo, pasó al lado de nosotros, dio varias vueltas y luego volvió para decirle a Pipo que era un ‘crack’. Ni miró al viejo. Me pregunto qué hubiera sido lo mejor para hacer con el viejo. Ignorarlo hubiera estado mal, eso lo sé. ¿Darle cincuenta mil pesos? ¿Lo hubiéramos preferido? Creo que sí. ¿Lo hubiera preferido él? Creo que no. En retrospectiva creo que debimos haber pedido un Uber, haber fingido que era familiar nuestro y haber esperado que el olor no hiciera que el conductor nos bajara antes de llegar. No hubiéramos sufrido casi, aún así. Hubiéramos hecho lo mismo, pero la limosna hubiera sido menos. Las xenia hubiera sido menor. Les mentiría si les dijera que no nos sentimos algo decepcionados cuando al llegar a la Porciúncula el hombre no se convirtió en un dios. Ni en MrBeast.
Antes no le dí a un hombre que se me acercó muy agresivamente. Luego no le dí a un hombre que encontré escarbando en la basura a las siete y media de la noche. He pensado en esos casos. Creo que tendré que desarrollar un manual para salvarme de la culpa. Pero apenas me hago la idea sé que no funcionará nunca. Si hago un manual cada vez que dé, siempre que dé será por mí, por satisfacerme a mí, por evitarme la culpa. ¿Cuánto vale eso? Es chistoso. Todos, o casi todos tienen culpa. Nuestros limosneros están en ese negocio. Todos tienen necesidad de expiar culpas y ni siquiera con esa necesidad universal es suficiente para que sean populares. Eso se deberá, obviamente, en que para que sigan siendo capaces de satisfacer nuestro conformismo bienpensante tienen que mantenerse impopulares. Y que a nosotros la meta de la muerte nos jala el camino y nos afloja la memoria donde hubo culpa, eximiéndola, como cualquier otra cosa, de ser concretada absolutamente.
La gente se muere. Se muere todos los días. Todos los instantes. Unamuno escribe sobre la sucesión de hombres que pocas veces se trata al pensar en las sociedades humanas. Que la experiencia sea un manojo diverso de sensaciones ayuda a que estas transiciones sean fluidas. Pero el nombre ayuda a parar las cosas por un rato, a describir un estado en el que el cambio no es tan grande para que sentido y referente no sean dos términos de una relación ridícula, sino algo útil para vivir acá. Gracias al cuerpo pudimos nombre y gracias al nombre podemos los ingresos y egresos. Sus egresos son la realización de un cuerpo con nombre que quiso algo. Ahí no hay muerte. Hagan su tablita de egresos y les juro que el ojo de una buena tarotista saca de ahí más que de mil lecturas. En el siglo XXI las lecturas de manos se han quedado como pasatiempo. La verdad solemne, la mística, los nervios están todos confinados al análisis de alguna cosa en Excel. Una miradita a eso y ellas sabrán de que se van a morir ustedes, si irán al cielo y de que nos vamos a morir todos.
Gastar la plata es ponerle la sangre al sacrificio. Gastarla en estupideces es ser Tántalo. Entendieron mal lo que es sacrificar algo, pensaron que lo adecuado era servirle su hijo a los dioses, quedaron como unos desadaptados y su castigo es no volver a comer en la vida. No gastarla es ser el siervo al que se le entregó un talento. Enterraron su plata en un CDT, o peor aún, en una alcancía, dejaron el mundo estancado y ahora Dios les quitará todo lo que les fue dado. Lo bueno es quedarse aristotélicamente en el medio. Métanse al mundo, jueguen al juego, acepten las stakes pero respétenlas, hay que jugar con seriedad. Pero jueguen, pidan el balón y sueltenlo. No hay peor persona que el que mata una contra por ponerse a hacer fintas. No hay peor persona que el que le dice crack al que da limosna.