te sigo odiando, descartes

por Julian Delmas

“I know very little about anything, but what I do know is that if you can live your life without an audience… you should do it.” Bo Burnham.

Ilustración de Julian Delmas.
  1. Expectativa.

Todo este espiral cognitivo comenzó un domingo en Unicentro. Fui porque un amigo me invitó a ver Civil War. Digo amigo, pero en verdad es una persona más bien nueva en mi vida. Esta invitación no encajaba dentro de la previsible lógica de los encuentros que nos habían acercado. Miguel era el amigo del amigo de un amigo y en las últimas semanas había empezado a salir frecuentemente con nosotros. Vi la invitación como la oportunidad de acercarme a alguien con quien había sentido una afinidad moral y creativa en las pocas conversaciones que habíamos tenido, una afinidad que difícil de encontrar en el circuito gomelo contemporáneo. Del cine solo sabía que la función era a las ocho, y por mi ansiedad tomé la precaución de no preguntar nada más y llegar quince minutos antes. Faltando cinco vi cómo al cine llegó un grupo de diez personas, incluyendo a mi amigo. Por suerte conocía a la mayoría, ya que habíamos coincidido bastante los últimos fines de semana. En Bogotá es habitual conocer a alguien nuevo y tener que, por consecuencia, conocer al grupo social que rodea a esta persona. El “¿usted no sabe quién soy yo?” lleva implícito un “¿tú no sabes quién es él”.

 

La llegada de tantas personas fue un desconcierto. Ese domingo lo había pasado en cama con guayabo depresivo. Ya tenía ansiedad por la posible conversación con una persona, así que me asusté exponencialmente al darme cuenta de que tendría que hablar con diez. -Vamos a ver una película-, pensé. Me había olvidado del verdadero motivo de esta reunión social. En una película no hay que hablar, no hay que pensar en nada aparte de la sucesión de imágenes proyectadas en frente de uno. Eso me calmó.

 

El grupo se dividió apenas entró al cine. Yo estaba sentado tomando un café. Unos se dirigieron a comprar la comida que definiría el olor de nuestra función. Decidieron comprar pizza, algo que nunca había visto en un cine y que me pareció un detalle de suprema relevancia para entender a este grupo de personas. Los otros fueron a la taquilla por los boletos. Me levanté de mi puesto, limpié mi boca para intentar eliminar el olor a café y empecé a saludar al grupo más cercano: el de la comida. Uno por uno fui cerrando la mano o dando un beso en el cachete, haciendo la conversación más pequeña posible. ―¿Qué haces aquí? ― me preguntaron varias veces. ―Miguel me invitó―, respondí. El detalle de que preguntaran el motivo de mi presencia confirmó mi sospecha de que Miguel no les había avisado de mi invitación. Me sentí como un intruso en esta tradición de amigos de colegio que se conocen toda una vida. Terminé de saludar al grupo y me di cuenta de que Miguel fue uno de los que se acercó a la taquilla. Pensé rápidamente que sería más inteligente ―o menos raro― quedarme con los de la comida y esperar a las personas que habían ido por los tiquetes. 

 

Al girar mi cabeza para buscar a Miguel, vi que estaba llegando Lola. Lola es una mujer que me había empezado a gustar en las últimas semanas. En el menjurje de parches al cual me estaba sometiendo Lola era un personaje recurrente. La invité a salir, pero después de una cita ―y de un exceso de emoción por mi parte― dejó claro que estaba buscando solo “ser mi amiga”. Me conformé con la conversación ocasional por WhatsApp y con el posible encuentro al salir, como fue el caso el domingo. Intenté, conscientemente, pero sin ser evidente, sentarme al lado de Lola para poder hablar con ella durante la película. La posibilidad de hablar con alguien que me gusta elimina cualquier rastro de ansiedad en mi cuerpo. Es un shot de confianza que me hace pensar que el Xanax es innecesario. Echamos comentarios ocasionales, riéndonos sobre lo que pasaba en la pantalla. Lola había dejado claro que solo quería ser mi amiga y en la mente de un romántico que tiene la ilusión de encontrar su próxima gran historia de amor, esto significa una condena de quietud. No estoy acostumbrado a sentir cosas por alguien y no tener la libertad de poder actuar frente a ello. Hay un poco de ironía en sentir cosas por una persona que parece imposible. Me encantaría poder tener control sobre estos sentimientos y decidir que, al conocer más a Lola, menos me gusta, pero ocurre totalmente lo contrario. La expectativa romántica es uno de los peores sentimientos que conozco. I don’t know what it is like to not have deep emotions.

 

Llegué a mi casa después de la película con una sensación de haber triunfado. Intenté mantener un poco de optimismo ya que por más friendzoneado que estuviera, poder hablar con alguien tan fácilmente y de tantos temas es un regalo que la vida no da con frecuencia. Pero mi buena fortuna no había terminado, recibí un mensaje de Lola y empezamos a hablar de lo que habíamos visto. Civil War trata sobre un grupo de periodistas que buscan entrevistar al presidente de los Estados Unidos por la guerra civil que se desató en el país. Es una caracterización de la sociedad americana y la presentación de un futuro que se volvió posible después de la insurrección del 6 de enero. Lola y yo odiamos la película y empezamos a discutir sobre el “¿por qué?” de nuestras reacciones a la película. Me contó sobre un podcast que la película le había recordado, un podcast sobre la filósofa Susan Sontag. Me invitó a escucharlo, pues me ayudaría a entender mejor mi odio hacia la película. El episodio se llamaba Do you criticize yourself the way you criticize a movie?. Ya era tarde, preferí no escuchar nada hasta la mañana siguiente. Antes de dormir, me puse a escribir mi review de la película para Letterboxd, una recompensa impuesta para siempre que vea algo. Me tomo la labor de escribir estas reseñas con una profunda sensación de responsabilidad. Para mí, estas reviews sirven como cápsulas del tiempo, una forma de recordar lo que sentí después de ver una película. Es lo más parecido que tengo a un diario. Y para los demás, es mi forma de advertir sobre el arte al que me expongo. No hay mayor placer que recibir la confesión de que alguien vio algo por una reseña que escribí y que ese algo les había gustado. A Civil War le di dos estrellas.

 

Al día siguiente, sumergido en el aburrimiento del mundo laboral de oficina, me acordé de que tenía un podcast por oír. Ser un artista en una oficina es lo más parecido que he experimentado a la tortura. Puse el podcast como ruido de fondo. Algo que escuchaba para tener de qué hablar con Lola. Pero las ideas de Susan empezaron a bombardear mi mente con nuevas ideas, una reacción en cadena que me hizo olvidar mis labores capitalistas. Empecé a tomar notas de las ideas de Susan, luego empecé a tomar notas de mis propias ideas y terminé juntando ambas en un texto que proyectaba mi experiencia individual sobre lo que acababa de escuchar. 

 

 2. Interpretar

 

Ir al cine es un acto de desconexión para una generación digital. Es el único lugar donde siento la obligación de no ver mi celular. Existe un contrato al ir al cine que nos impide ciertas cosas. Siempre me ha gustado esta restricción, esta solicitud al público por la atención. Sé que podría ver mi celular y no pasaría nada, soy un ser consciente y libre. Es más, podría salir del cine a mitad de la función porque la película no me está gustando. Incluso podría dormirme, sumergirme en la oscuridad de la sala para lograr lo que el insomnio no me permite en casa. Pero no, nunca haría ninguna de estas cosas. Firmé el contrato en mi infancia y siempre cumpliré con mi parte del trato para hacer del cine el arte que más me conmueve. El poder que tiene el cine sobre el público viene de estos acuerdos, de estos sacrificios. Y apenas comenzamos a romperlos, ese poder se desvanece y el arte cambia, se transforma en algo que no merece sacrificios. No estoy seguro si sacrificar significa necesariamente que algo sea mejor, o si simplemente me estoy dejando influenciar por la idea tan católica de penitencia como forma de liberación de la felicidad. Solo sé que únicamente al estar en el cine, viendo la película, siento que soy primero y luego pienso.

 

Tener expectativas es proyectar nuestra interpretación en un futuro ideal, es pensar que tenemos alguna clase de poder sobre lo que nos rodea. Es por eso que cuando nuestras expectativas no se cumplen, nos sumergimos en una decepción profunda. Empobrecemos nuestro futuro al interpretar lo que queremos de él. Susan Sontag dice que interpretamos a partir de las construcciones de ciertos individuos que han determinado cómo debemos pensar la vida, el arte, las relaciones y la psicología. Hay un modelo normativo sobre la experiencia humana que se ha instaurado en la modernidad, basado en conceptos construidos en nuestra conciencia colectiva. Interpretar es intentar encajar este modelo normativo en nosotros, en cómo nos afecta y en qué nos hace hacer. Susan argumenta que deberíamos dejar de hacer esto, que no podemos intentar definirnos en un contexto social, cultural, religioso y capitalista. Estos modelos que nos gobiernan deberían ser deconstruidos, no con el objetivo de pensar mejor, sino de ser mejores, poniendo en primer lugar las experiencias que tenemos y no nuestras interpretaciones de las mismas. Susan también argumenta que no deberíamos siquiera hacer esto con el arte, ya que la sociedad, al tener poder y distancia sobre las piezas, está empezando a psicoanalizar las obras de arte. O sea, según ella, hacer una crítica de una película, como la crítica que yo hice que me llevó a escucharla, es algo malo. Interpretar algo es tener arrogancia sobre eso mismo. Forzamos construcciones sociales a algo externo para que se acomode a lo que estamos pensando internamente. Solo deberíamos darnos la oportunidad de tener experiencias que dejamos existir sin interpretarlas, como ver una película y odiarla porque es mala y no porque no funcionó bajo nuestra interpretación de la derecha americana y la moralidad de la labor del periodista. ¿Honestamente, Civil War no me gustó como película o no me gustó porque no va acorde a mi interpretación de la vida, a mi expectativa de lo que debía cumplir? Al darnos cuenta de que el poder que queremos tener al interpretar lo que nos ocurre es una injusticia sobre estas experiencias, podremos experimentar la libertad honesta de lo que vivimos.

 

Creo que escribo todo esto para racionalizar el sentimiento de que esperaba ser más feliz de lo que soy, de que en mi vida faltan ciertas cosas que quiero. Me considero un artista ―por más que odie esa palabra y todo el esnobismo que conlleva― pero pienso mucho en la utilidad del arte. Sé que tengo un deseo incondicional de crear, pero me cuestiono constantemente sobre la naturaleza de este deseo, intento interpretar de dónde viene mi motivación. ¿Es un sueño que quiero alcanzar o una pesadilla de la que estoy huyendo? Crear arte significa entregar. El arte es el acto de obsequiar a los demás, a una audiencia. No conozco, o mejor dicho, no sé de ningún artista que no tenga ego y solo cree para él mismo, de un artista que cree su obra y la esconda para que nadie más la vea. Todo en el arte es una acción performativa basada en el ego y en la reacción que queremos causar en un público, basada en la expectativa de la interpretación.

 

Pero entonces, ¿es posible crear sin expectativa? ¿Debería ignorar el “¿por qué?” quiero escribir? Y en mi propio caso con este texto, ¿no debería pensar en que quiero que el editor de la revista lo lea y le guste? ¿O que Lola lo lea y se dé cuenta de lo mucho que me gusta? ¿Debería siquiera enviar el texto? ¿Y si no me lo publican, qué? ¿Significa que el texto no tiene el valor suficiente o que yo como autor no lo tengo?

 

No tengo respuestas para casi nada, por eso escribo. No sé mucho de estar vivo, aparte del hecho de que preferiría no tener que estarlo. Creo que crear es someterse al escrutinio constante de la expectativa interpretativa. Sería más fácil tener una idea y saber de antemano lo que significa y lo que pasaría si la llevamos al mundo material. Sería más fácil no esperar nada de nadie, poder dejar de soñar con un futuro que parece imposible. Pero lo fácil no es bueno, volvemos a la idea del castigo. No tenemos respuestas, por eso nos toca arriesgarnos y descubrir las respuestas en el camino. Todo lo bueno: crear, amar y vivir, se esconde en el riesgo de algo malo. Quitándome la idea religiosa occidental y construyendo bajo un ideal oriental; no es realmente un castigo, sino un premio al intento. Hay que arriesgarse para obtener cosas mejores, no hay cambio sin riesgo. No hay forma de interpretar por qué hacemos estas cosas o cuál es su valor. Yo no sé porque quiero escribir o porque me gusta Lola. Tampoco podemos tener expectativas de lo que pueda pasar, ya que cualquier resultado diferente se vuelve una decepción. Solo puedo permitirme sentir y dejar que las cosas pasen. Tener expectativas e interpretar es empobrecer nuestra experiencia individual. No podemos dominar nuestras experiencias, no tenemos esa conciencia omnipotente como humanos. Estar vivo es tener una experiencia incompleta, no somos obras acabadas. No tenemos poder ni distancia suficiente para interpretar lo que somos y para tener expectativas sobre lo que queremos. Nuestra única posibilidad de vivir honestamente en el amor y el arte es siendo, sin pensar.