Editorial.
Cuando ya no sale más mojito del dispensador de vidrio hay que realizar un extraño y místico proceso que consiste en inclinar el dispensador para que salga trago de donde previamente no había. Es similar a lo que toca hacer cada vez que se escribe. O cada vez que se saca una edición de una revista. Se parecen porque los tres procesos son versiones bastardizadas de una misma disciplina: la alquimia. Es bien sabido, sacar mojito de donde no lo hay, llenar de letras inteligibles un papel en blanco y compilar textos coherentes y decentes en el plazo de un mes son distintas iteraciones de convertir plomo en oro. Esto únicamente es posible por aquel precepto de la Tabla de Esmeralda: “todo lo que está abajo es como lo que está arriba, y todo lo que está arriba es como lo que está abajo”. Nosotros, los que aún creemos en los milagros y en nuestro rol en ellos, sabemos que porque podemos hacernos sublimar, podemos hacer llover.
En 1317 el papa Juan XXII prohibió, terminantemente, la alquimia. La sanción que correspondía a aquellos encontrados practicando la controversial disciplina consistía en que debían entregar todo el oro auténtico que lograron producir. En el caso de que no tuvieran como pagar esta sanción sufrirían las penas asignadas a los delincuentes. Pareciera que estamos sujetos a esta ley papal simplemente por haber tomado la burda decisión de comenzar una revista. Cada mes debemos pagar el impuesto, y la única forma de pagarlo es sacando oro de donde no lo hay. No hay utilidades: si logramos convertir el plomo en oro, debemos entregarlo, pero en el caso en el que no lo logremos debemos encontrar suficiente oro en nuestras arcas para evitar ir a la cárcel (lo que en el mundo editorial se conoce como pasarse de un deadline).
Este mes tuvimos problemas. Resulta que no somos tan buenos alquimistas, que hacer cortometrajes es jodido y que un semestre en la Universidad de los Andes es más pesado de lo que creíamos. Resulta que, a veces, sobre todo cuando uno está comenzando, hacer pescaditos de oro termina en pegotes oscuros de un metal irreconocible en el fondo de la sartén. No crean que somos unos vagos, cacharreamos todo el mes sin horizonte y justo cuando necesitábamos ser amparados por la suerte, fuimos negados y abandonados a las limitadas facultades que tienen los hombres sin milagros.
Intentamos grabar un cortometraje que contaba con un excelente guión crosscuteado sobre estar prisionero en un amor pero los tiempos no nos dieron. Y eso que el guión crosscruteado estaba escrito desde antes que saliera Oppenheimer. Después, Lozano intentó hacer camisetas, pero resulta que la tela en Bogotá es muy mala para confeccionar algo que valga la pena. Yo intenté ver si podía hablar con Julio Correal. No pude. Luego se me ocurrió la idea de hacer un tutorial sobre cómo hacer una fiesta en Bogotá, pero ya era muy tarde para realizar la investigación juiciosamente. Candelaria pensó escribir un artículo sobre lo que se habla en los Ubers de la capital, pero su contacto no le respondió y su idea, también, se derrumbó.
Después de que nuestras capacidades periodísticas nos dieran la espalda, recurrimos a la literatura. En esta edición hay un poema, un primer capítulo de un libro, un cuento, un ensayo sobre los heterónimos, un texto sobre palomas cagando y un vídeo copiando a Wes Anderson copiando a Rosamond Bernier.
Hemos escrito desde el escritorio. Hemos recibido lo enviado. Llegamos el anterior lunes a las oficinas de la Revista Bu!!a y encontramos todo destrozado y destruído. Había que organizar un nuevo escenario en una semana porque todo lo que habíamos hecho se había caído. Pero no había problema. Nuestros profesores lo pueden garantizar: somos excelentes improvisando.
Tuvimos que poner a Salomón a correr y sacarnos los íconos de los artículos de los monederos. No hicimos una sola lectura universitaria asignada a las fechas de la anterior semana. Pero todo está bien. Esto no es una queja, es una breve contextualización.
Un último pedazo de preámbulo: el auditorio en el que van a oír lo más majestuoso que escucharán este mes está, en su totalidad, trapiado con las güevas. Pero está limpio. No hay una sola mancha. Se pueden subir o pueden escuchar desde abajo y no notarán nada raro. Ni siquiera parece improvisado. Está muy limpio y bien decorado. Si no les hubiéramos dicho, no hubieran percibido diferencia alguna entre este escenario y el del mes anterior. Pero pues, lo trapiamos con las güevas. Les decimos no para informarlos sino para poder asquearlos más efectivamente.