¡Mierda!
Texto por Candelaria Samper Olivera
Fotografía por María del Mar Samper Olivera
El General es inalcanzable ―como un eclipse que no se puede mirar de frente― y casi tan alto como los cerros orientales. Sin embargo, ha sido víctima de la mayor bajeza: una paloma se le ha cagado encima.
En el centro de la Plaza de Bolívar se erige la estatua de Nuestro Libertador que mira hacia el Palacio de Justicia, donde se confirma su victoria con la santandereana frase: “Las armas os han dado la independencia, pero solo las leyes os darán la libertad”. Para verle la cara tuve que estirar mi cuello y mirar hacia arriba, pero el sol sobre el metal me hizo doler los ojos. El General es inalcanzable ―como un eclipse que no se puede mirar de frente― y casi tan alto como los cerros orientales. Sin embargo, ha sido víctima de la mayor bajeza: una paloma se le ha cagado encima. Popó de pájaro desciende por su
cuerpo y le llena el uniforme de chapoteos beige y grumosos que contienen la más exquisita comida de las calles de La Candelaria. “¡Lleve su maíz en bolsa y alimente a las palomas para que se caguen en el Libertador!” deberían arengar los vendedores de la plaza, pero a nadie le gusta hablar del popó. A mí sí. Me da risa ver a los pájaros defecar en nuestros ídolos y cagar igual capillas y basureros. Y no crean que esta es una oda a las palomas o una crítica a los símbolos; simplemente me satisface la idea de reunir a los lectores de Bu!!a alrededor de un tema importante en Bogotá: la mierda.
Como les decía, Bolívar mira hacia el palacio de Justicia, pero detrás de él está el lugar donde se encuentran las mentes más brillantes de nuestro país para dormir la siesta: el Congreso. Para entrar hay una escalinata que por las mañanas amanece cagada y, peor aún, grafiteada. Por eso, hay un hombre cuyo trabajo consiste en ir todos los días a borrar con una manguera lo que perturbe el paso de los parlamentarios. Símbolos anarquistas, emblemas comunistas, escupitajos, chapoteos de pintura morada y verde, esvásticas y excremento de paloma: todo se elimina con suficiente presión ―la presión del agua, quiero decir―. Lo que este trabajador no sabe, es que se encuentra en una lucha interminable contra la mierda. Limpia y los jóvenes vuelven a vandalizar. Limpia y las palomas se vuelven a cagar. Pero bueno, al final del día, ¿no es eso lo que hacemos todos? Arreglar el desastre y esperar a que todo se estropee para volver a empezar.
Mientras continuaba mi expedición en busca de estatuas defecadas quise bajar por la calle décima, a lo que un amigo que me acompañaba respondió “por allá no hay monumentos, solo ñeritos”. Y esta no es una crítica al clasismo rolo, pero ese comentario me dejó con varias preguntas. ¿Habrá algún ñerito al que una paloma lo haya bendecido con su caca?, en ese caso ¿Cuál sería la diferencia entre aquel ñerito y el propio Simón Bolívar? ¿No podría ser un ñerito el monumento que estaba buscando? ¿Si a los dos los caga una paloma, será que el Libertador también es un ñerito? Está bien, quizás es arriesgado comparar a un muchachito de la calle y a El Prócer de la Independencia, pero mi punto es que ni el Libertador, ni el ñerito, ni tú, ni yo, podemos escapar de la mierda.
Al observar las calles del Centro, me di cuenta de que la mierda y el grafiti actúan entre ellos como dos pinceladas en el mismo lienzo. De hecho, por momentos me costaba distinguirlos: los dos son irritantes, disruptivos y desagradables. “El grafiti lo he considerado como una herramienta de expresión a través de la rebeldía y la calle, en contra de la sociedad, más no a favor de ella” dijo el artista Juan Sebastián Prado en un reportaje realizado por Bu!!a. La diferencia, creo, radica en que el pájaro logra involuntariamente lo que el grafitero intenta hacer a propósito: alterar el orden de las cosas, hacernos sentir incómodos. Los estragos de la pintura de la última protesta y la cagada de una paloma son la misma cosa a los ojos del limpiador del congreso, y para mí, no son más que el resultado de la necesidad animal de expulsar lo que nos aqueja.
En otro momento del reportaje sobre los grafitis, el periodista cultural Pollorock dice que no sería capaz de rayar una iglesia porque lo considera irrespetuoso. Las palomas, por el contrario, no diferencian entre dioses y mortales, o capillas y basureros; se cagan en todo. Malditas palomas. Me gustaría ser más como ellas. Me gustaría ser más irreverente, no tener que pedir permiso ni perdón. Reemplazar los asteriscos que rellenan las groserías con letras de verdad y gritar ¡Mierda! cuando mi intestino lo pida. Me gustaría cagarme en lo que se me dé la gana.
Que cagada que las niñas no caguemos.
La de las palomas y los monumentos, es también una historia sobre la traición. Cerca a Bolívar, en el Colegio San Bartolomé hay una estatua de Camilo Torres Tenorio, un independentista que fue asesinado en la misma plaza por defender a la Nueva Granada. Ahora, solo existe como un hombre de metal de tres metros y está condenado a la solitaria compañía de una paloma que se le para encima y no piensa dos veces antes de descomer sobre su peinado de niño criollo.
Milán Kundera, en La insoportable levedad del ser, dice que “la mierda es un problema teológico más complejo que el mal”. Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza y toda su creación es perfecta: hay mariposas, nubes, besos, lluvia y pájaros. Y también hay otras cosas, como guerra, sangre, asesinatos y violaciones; pero todas son resultado de nuestras decisiones. Así pues, solo existe lo bello, que es el reflejo de Dios, y lo horrible, que es el fruto de nuestra libertad. Y se preguntarán, a todas estas, ¿Dónde queda la mierda?; nos quedan dos opciones: en realidad, Dios tiene tripas o la creación no es tan perfecta como parece. Entonces, la idea de la divinidad se queda corta frente a la incontrolable necesidad animal de cagar.
Hasta aquí mi análisis del popó de paloma. Espero, querido lector, que la mierda sea cada vez más recurrente en su vida y que se haga experto en el arte de limpiarla. Que en su anual visita a la Plaza de Bolívar se ría, como yo, de las salpicaduras blancas sobre el uniforme del Libertador. Que no logre diferenciar entre ñeritos y próceres. Que los grafiteros le llenen la cuadra de rayones. Y sobre todo, espero que se mejore del estreñimiento para, finalmente, gritar ¡mierda!