Acotaciones

por Alejandro Alfonso

Y es algo que llevo haciendo toda mi vida adolescente. Toda acción proactiva que encuentre en mi historial viene en una forma apenas alterada de gritar con vehemencia en la calle: ¡Mírenme! ¡Aquí estoy!

En la mesa del comedor de mi casa pasan cosas muy importantes. Principalmente porque me pasan a mí. Hace unas semanas discutíamos la recurrencia del imperio romano en nuestros pensamientos. Ninguno en mi familia piensa mucho en el imperio romano. Pensamos en otras cosas. Mi hermano no participó en la conversación por estar muy ocupado pensando en viejas, mi mamá dijo que no piensa mucho en cosas que no la afectan inmediatamente, mi papá dijo que pensaba en recurrentes escenarios apocalípticos y yo dije que pensaba mucho más en la Antigua Grecia. Justifiqué mi respuesta apelando al hecho de que, al estudiar filosofía, gran parte del contenido de mis clases requiere cierto acercamiento a la Grecia Antigua y a sus pensadores. Luego, intenté decir que sentía que había comenzado a pensar mucho en este período y lugar de la historia desde la clase de Filosofía de la Guerra que ví en segundo semestre. No pude terminar la frase debido a las estruendosas risas de mis papás. “No te mientas, tú llevas leyendo de eso desde que sabes leer”. Me recordaron mi infantil e intenso interés por la mitología griega, casi a la par con mi interés por los dinosaurios y la prehistoria. Después mi papá hizo un chiste. “Nos debimos haber dado cuenta antes. Hubiera sido una mejor decisión económica prohibirle leer cuando era chiquito.” Es completamente cierto.

Quiero ser periodista. También es cierto que subí un vídeo a TikTok diciendo que los periodistas eran estúpidos y tan mediocres que no eran más que influencers mal pagados. Permitan a un genio contradecirse. Más que querer ser periodista quiero vivir de escribir. Y ya sé que les dije que era un genio y que por eso probablemente se estén extrañando de que haya seguido esa frase con una completa estupidez pero, por favor, sean cordiales y piadosos, yo soy el dueño de este antro y si se portan mal no dudaré en sacarlos.

Yo siempre he confiado mucho en mí mismo, en la Providencia y en la rosca gomela. Es por eso que no me estresa mucho el hecho de que mi plan de vida sea igual de sensible que lanzarse de un acantilado. Pero hace unas semanas leí una columna que me dejó frío. Daniel Coronell, en lo que luego dió pie a un rifirrafe contra doña Vicky Dávila, escribía en contra del sensacionalismo de Semana. Entre las muchas cosas que denunció, una en particular me voló la cabeza. Los links/artículos/páginas que mencionan los efectos terapéuticos de las cáscaras de piña producen un buen SEO (Search Engine Optimization). Ese buen SEO dispara el tráfico de los portales que realizan ese tipo de artículos. Y es por eso que los medios digitales de la nación están plagados de artículos en los que le cuentan al mundo hispanohablante como curar la depresión o como adelgazar a punta de cáscaras de piña. Parece ser que quiero dedicar mi vida a producir basura.

El paradigma es gris. No veo un futuro. La nostalgia me está destruyendo. Creo que mis sensaciones hacia el periodismo del pasado no son suficientes para conciliar con el grueso del trabajo que debe hacer un periodista ahora. ¿Me cambio a ingeniería de sistemas y renunció a este asunto? Creo que eso es lo que más me raya de todo, el hecho de que yo no soy un pelmazo. Yo podría sentarme y graduarme de algo que pague. Pero también es cierto que no podría hacerlo. Estoy donde estoy por una razón. Y esa razón es que la necesidad de escribir jala más fuerte en mi alma que cualquier otra.

También parece que entre más necesito abrir las puertas más se cierran. Hace un par de semanas, Bandcamp, una plataforma de distribución de música en línea, fue adquirida por SongTradr. Despidieron a la mitad de sus empleados. Bandcamp se había convertido en uno de los pocos lugares seguros para el periodismo cultural. Esta ola de despidos destruye un refugio, le quita oxígeno a un fuego ya cansado y cierra una puerta. Y algo así pasa cada seis meses, o cada año.

Todo esto suscita la gran pregunta: ¿es tonto vivir de escribir? ¿Acaso escribir es solo para el rico? Pero no es así, no puede ser así, las mejores coplas las han escrito hombres cansados después de un día de trabajo mal pagado. Kafka era un oficinista, a Dostoievski le pagaban por palabra y Esopo era un esclavo. Pero tampoco parece ser un oficio que le salga mejor al pobre o al desgraciado, los grandes poetas vivían bien en las cortes y en Latinoamérica todo lo escrito antes del boom (que si bien no es la gran cosa) es obra de la oligarquía. Creo que hay que vivir para escribir. Pero también hay que escribir. Y hay que leer. Hay que situarse en el mundo. Y así como los libros solo le dan a uno un pedazo, la vida le brinda a uno solo la inmediatez. Siento que hay mucha sabiduría que nos ilumina en cuanto a este asunto en la frase de Fran Lebowitz con la que Scorsese concluye su serie limitada Pretend It’s A City: Think before you speak. Read before you think. This will give you something to think about that you didn’t make up yourself – a wise move at any age, but most especially at seventeen, when you are in the greatest danger of coming to annoying conclusions

Vivir de escribir ayuda porque permite leer y en cierta medida permite descubrir ámbitos menos convencionales de la vida. Pero le quita a la vida el ámbito del trabajo. Escribir literatura no es un trabajo. Al menos no lo es como lo es cultivar papa, o vender software o incluso ser community manager. Escribir literatura es un deber histórico. Pero no es un trabajo en el sentido en el que no se puede hacer pensando en función de alguien más. Uno solo puede escribir desde uno. Puede pensar en otros lectores, o incluso en un lector común, pero no se puede poner en función de ellos al momento de escribir. Y eso es el trabajo: ponerse en función del otro. Es satisfacer una necesidad de otra persona que me permitirá satisfacer mis necesidades propias.Y escribir simplemente no entra en esas lógicas de utilidad, siempre serán secundarias. Para escribir bien hay que ser muchas personas y hay que vivir muchas cosas. O algunas pocas intensamente. Y una parte importante de vivir es trabajar. Es por eso que vivir de escribir puede ser detrimental para la obra del escritor.

Es por eso que el que escribe mucho, o el que solo escribe, puede ser un idiota. Un idiota en el sentido más primitivo de la palabra, es decir, en su sentido griego: aquel que sólo se preocupa y sólo sabe de lo propio. Vivir de escribir puede resultar en libros, artículos y muchos otros textos escritos por idiotas. Pero acabar con las oportunidades que tienen los escritores de darle un mayor enfoque a su obra socava las oportunidades de escuchar voces distintas a aquellas que siempre se han podido oír, las de aquellos que dedicados al ocio han podido dialogar con la Historia e incluir su voz en ella. Y me frustra un poco ver esas oportunidades esfumarse y pensar que mis coplas están condenadas a ser acotaciones en el margen de facturas y servilletas.

Pero eso es problema del futuro. ¿Para qué sirve estresarse? Puede ser que todo apunte a que mañana no habrán espacios honestos que incentiven la escritura. Pero yo prefiero atenerme a uno de los más famosos aforismos de nuestro gran poeta contemporáneo: nadie sabe lo que va a pasar mañana. Hoy, Bu!!a es un espacio honesto. Novato, precario, medio suicida y no rentable pero honesto. Puede ser que los espacios honestos se vean eternamente condicionados a estas características, pues son sólo algunos niños los que pueden pensar en un mundo en el que las utilidades no importan. Pero también puede ser que encontremos la fórmula mágica para lucrarnos de esto e irnos a vivir a las Bahamas.

Estamos comprometidos con esa búsqueda. Estamos dispuestos a sufrir y a ser amputados. Estamos dispuestos a enfrentarnos al cansancio y a la conformidad. Es algo ridículo pero es lo que debemos hacer. Y es algo que llevo haciendo toda mi vida adolescente. Toda acción proactiva que encuentre en mi historial viene en una forma apenas alterada de gritar con vehemencia en la calle: ¡Mírenme! ¡Aquí estoy!

Por eso voy de proyecto en proyecto. Estoy buscando el Santo Grial editorial. Estoy buscando la forma de sacar las monedas del cambio de sus bolsillos para ponerlas en los míos. No es ambición. Es utilidad. Giro a la derecha para ir a la izquierda. Hay que trabajar para poder escribir. Tenemos más o menos un lustro para encontrar la fuente de la juventud eterna, para pulir nuestras habilidades lo suficiente para que nuestro lugar en el futuro sea tan indiscutible como deseable. Mi ocio es lo que dure mi carrera universitaria. Este es el único momento en el que uno puede hacer una revista. Creo que a la gente le gusta leer. Creo que a la gente le va a gustar leer lo que yo puedo escribir. Esos son mis únicos dos principios. Y los afirmo con la más violenta fuerza.

Estoy en una carrera contra el tiempo. No crean que no lo sé. Pero sospecho que voy a ganar. Apuesten por mí.