la aguda y evidente compulsión de decir algo
por Alejandro Alfonso y Juan Esteban Lozano
Pero el principal obstáculo que nosotros encontramos en la misión de Pacho es el orden subyacente. Abajo de todos los editores y de todas las reflexiones, incluso de las de Pacho, hay algo que determina las condiciones de su existencia. El lenguaje, el orden dentro de lo que ordenamos, es la restricción de la que Pacho no puede escapar.
En el minuto 4:49 del episodio veintiuno de Underground Stand-Up, serie de YouTube de cortas rutinas de standup grabadas en Rembrandt (el bar) y publicadas en el canal de Con Ánimo de Ofender, un jóven alto y delgado culmina una rutina sobre sus inseguridades sexuales, su relación con la pornografía y el tamaño de su pene con una tímida celebración que se sobrepone a los aplausos. “Ey gracias, se rieron y quedó grabado. ¡Já!” dice, antes de poner un indeciso puño en el aire, señal que retracta rápidamente, privándose de alcanzar la victoriosa y conocida pose que ha sido encarnada en el último siglo por figuras como Tommie Smith y John Carlos en los Olímpicos del 68 o como John Bender en la última escena de The Breakfast Club. Tres años después, el mismo jóven se sienta en el sofá de las oficinas de la Revista Bu!!a. Está vestido de pies a cabeza con prendas naranja fosforescente. Pantalones, saco, pasamontañas, gafas. Incluso trae una pelota naranja para completar la pinta. Su cara permanece escondida, pero después de hablar con él un buen rato hemos podido esbozar una idea de quién es este hombre resaltado. O resaltador. Coincidencialmente, la situación del hombre sentado en nuestro sofá, que fue el comediante que se destripaba por risas en Rembrandt (el bar), parece ser la misma que la del protagonista de una de las más legendarias pinturas de Rembrandt (el artista): El retorno del hijo pródigo. ¿Quién es él? ¿Quién es el que lo abraza? ¿Y quiénes son los que lo miran?
En su cuenta de Instagram se llama Chispa Vital. En su otra cuenta de Instagram se llama Performance Service. Él prefiere que le digan como dice en su cédula: 1010000713. Nosotros le decimos Pacho. Lo primero que le preguntamos fue cómo estaba su relación con la comedia. Nos dijo que mal. Pero en algún momento esa relación estuvo bien.
Pacho comenzó a hacer comedia hace unos cinco años. La primera vez que se “paró” fue a los diecisiete en un open mic por la 22 con 8va. Su papá, escéptico de su comedia, lo acompañó, pero Pacho le pidió que no entrara. No tenía nada escrito. “Charla de ducha, charla de ducha que uno dice… es el llamado ¿Y qué hace uno cuando siente el llamado?” pregunta sonriendo. “Uno atiende el llamado.”
Su primer público estaba compuesto principalmente por comediantes. Su primera rutina estaba compuesta principalmente por reflexiones sobre la pornografía y sobre la perspectiva de la mujer en la pornografía. Actuó como si chupara un pene. Sacó risas. Lo aplaudieron. De ahí en adelante siguió, sin muchas dudas, el camino del comediante. Estuvo presente en lo que probablemente ha sido la movida más importante de la comedia reciente en Colombia: Con Ánimo de Ofender, un canal de YouTube que surgió en la intersección entre los podcasts, el humor negro, los colectivos de comedia y los borrachos bogotanos. Pacho creció en la comedia y todo el mundo lo vió hacerlo. Y tenía una buena relación con la comedia.
“Mi relación con la comedia estuvo bien. Cuando era más ignorante.” dice Pacho reflexivamente. “Porque cuando era más ignorante mi relación con la comedia era como de culto. Mi lógica era como ‘wow, qué mágico este momento en el que uno puede decir lo que le duele y al tiempo generar risa y, de esa forma, sanar el dolor’. Como si se transmutara lo malo. Y ahora que tengo más contexto me doy cuenta que no, que es un muy mal uso de los traumas, romantizarlos. Y volverlos lo que llaman ‘material fijo’, que es usted todas las noches decir lo mismo.” La forma más clara de transmitir la identidad de Pacho es compartiendo sus palabras textuales, sus largas reflexiones sobre lo que es, lo que ha sido y lo que cree que será. Pacho sabe quién es. Y claro que sabe quién es, es un comediante que ha utilizado su identidad para hacer reír a su variable audiencia. Nadie conoce mejor un objeto que aquel que hace un chiste sobre él. Y nadie ha hecho más chistes sobre Pacho que Pacho.
“Y es que también mis rutinas eran muy peyes, como de mi intimidad hiperpersonal. Básicamente me abrí las tripas.” dice entre sonrisas “Y pues ahora me doy cuenta de que no es tan buena idea abrirse las tripas en este mundo semi maquiavélico”. Pacho considera que sus problemas con la comedia se originan en su incapacidad de direccionar sus rutinas hacia la “comedia fuckboy”, de sacarla de una comedia que se burla y expone sinceramente sus preocupaciones más íntimas. Considera que “se jodió la porra” al exponerse de esa manera, pues ahora cada vez que sale a algún lado carga con la paranoia de pensar que lo conocen y que lo conocen de una manera no muy positiva. Pero, si parece un hecho que la comedia de este melancólico personaje está condenada a castigarlo socialmente y él lo sabe, ¿por qué sigue haciendo comedia? Nosotros creemos en que Pacho sufre de algo muy simple, de algo que sufrimos todos nosotros en los que el mundo ha entrado por medio del lenguaje. Pacho sufre de una aguda y evidente compulsión de decir algo. Y de que ese algo sea escuchado.
La comedia, a diferencia de muchas otras formas de la interacción humana y de muchas formas artísticas (o al menos formas de presentador y audiencia), tiene una consecuencia material clara y fácil de percibir: la risa. Uno sabe, por el imperdible ruído que genera la risa de una audiencia, cuando lo está haciendo bien o mal. Y la risa siempre es una señal de una mente que acepta a otra. La risa es el puente entre emisor y receptor. Pacho lo sabe muy bien. “A mí me gusta hacer a las personas reír porque me gusta hablar. Y siento que cuando la gente se está riendo, la estamos pasando bien. Y a veces cuando hablo por mucho tiempo entra este miedo escéptico de qué putas está pasando en la otra mente”. La risa es un alivio para esas ganas imparables que Pacho tiene de decir.
Decir, nombrar, hablar, reflexionar es lo que más le importa a Pacho. Cree que las personas con las que mejor se lleva son aquellos que reflexionan. Y cree que la importancia de la reflexión se encuentra en que es el medio que permite descifrar el orden de las cosas. Nos dijo que creía que todo esto era un muy gran rompecabezas y que lo que faltaba era gestión. Alguien que ordene. Uno de sus hábitos más peculiares es que en esos instantes en los que la mayoría de gente escucha música en sus audífonos (durante el transporte, mientras se baña, en las salas de espera), él escucha audios editados de palabras suyas, entrevistas y películas. Él edita estos audios pensando en reorganizar las cosas, hace que las palabras se repitan y corta y pega frases para transformar completamente sus sentidos originales. Considera que los errores no existen, que son simplemente desórdenes que, por medio de la reflexión y la edición, se pueden reorganizar.
Probablemente es por eso que Pacho está tan afanado por decir y tan aferrado a la comedia que tan mal trato le ha dado. Por eso es que la ha buscado tanto, incluso a costa de sí mismo, por tanto tiempo. Es porque quiere crear una biblioteca de Babel, aquella iteración de la biblioteca total de la historia literaria que plantea Borges y que consiste en una biblioteca donde se encuentra toda posible combinación entre las veinticinco letras del alfabeto, la coma, el punto y el espacio. Pacho quiere decir todo lo que se pueda decir para brindarle a su reflexión y a la de sus amigos la oportunidad de reorganizar lo dicho en una forma que rasque el bien y la verdad.
El mayor problema que encontró Pacho cuando le preguntamos cuáles eran sus criterios de edición fue el de la diversidad de receptores. Pacho editaría de diferentes maneras para una mujer que le interesa y para un profesor. Así como no haría determinado chiste frente a determinada audiencia, su edición cambia con la persona a la que imagina oyendo sus reorganizaciones. Cree que el mejor receptor para tener en mente mientras edita es él mismo. Dice que eso también es algo que hace mucho; se habla al espejo, habla solo, se habla a sí mismo. El objeto principal de esas conversaciones es lo que Pacho llama la gran búsqueda.
“La gran búsqueda está entre entender el estilo propio y cómo hacer que sea útil.” dice con confianza. “Mi mundo ideal sería un mundo sincero, con un buen manejo de respiraciones y silencios, sentirlo pero no exteriorizarlo.” Es extraño. El mundo ideal de Pacho, si bien comparte la sinceridad que caracteriza su vida, es un mundo en el que se dicen menos cosas. Es un mundo más callado, más prudente, en el que la gente dice menos y por consiguiente es menos. O al menos es menos en el lenguaje, podría ser que sean más en lo inefable, en eso que no se puede decir, es decir, eso que no se puede entender. Eso que muchos llamamos divino.
Cree que la comedia tiene que ser sincera. Y si bien ese gran axioma limita su comedia y lo impide irrumpir en chistes que lo beneficien socialmente, si cree que debió haber sido más prudente en el pasado. Dice que su objetivo, en el mundo ideal, es “tener una vida pública contundente y específica”. Le importa que todos puedan decir, que todos tengan la oportunidad de hablar. Una de las primeras cosas que nos dijo fue que quería que el micrófono estuviera en el centro, que nadie se lo estuviera pasando a nadie, que la palabra se encontrara en el centro y que nadie pudiera callar a nadie excepto a sí mismo. No quiere que nadie tenga poder sobre su palabra. Sólo él.
Esa es una reflexión clave para su comprensión de la relación entre el individuo y el colectivo. Esa relación, mediada por el lenguaje, implica conflicto o el amor o el poder. “Al sentir que todo es una relación de poder, como que me abruma un poco cualquier vaina y me hace pensar, realmente, ¿qué puedo controlar? Y al no sentir que tengo control sobre mi pensamiento y mi forma de ser, me siento mal.” Para lidiar con la opresión innata del lenguaje y de la vida en sociedad, Pacho piensa en su mundo ideal. Con la felicidad como su fin piensa metódicamente en que esta debe ser un hábito basado en experiencias repetidas. Identifica el actuar libremente y la sensación de libertad como una de las mayores causas de felicidad en su vida. Pero se le dificulta conciliar esa libertad, que ha utilizado para fines principalmente disruptivos, con lo que le debe al colectivo y su deber de aportar a la sociedad. Piensa en que si todos hicieran lo que él hace se caería todo. Piensa, muy liberalmente, en intentar aportar al colectivo desde su libertad individual. Y la forma en la que piensa que puede hacer esto de la mejor manera es ser un ídolo. Y su medio es la comedia.
Pacho quiere decir libremente y quiere que lo dicho por él sea aceptado, así como las parábolas del ídolo. El mecanismo para darse cuenta del éxito o fracaso de su mensaje es la risa o la ausencia de ella. Pacho cree que la buena comedia tiene en su centro la satisfacción sincera del deseo de expresarse. Pero también cree que gran parte de lo que logra el buen comediante es decir lo que siempre estuvo ahí pero no se ha dicho. Y eso es lo que quiere hacer. El poder, naturalmente, es uno de los obstáculos en su camino. Cuando le preguntamos por el poder en Con Ánimo de Ofender, en vez de nombrarnos ciertas personas o sus características, nos habló de la edición. El poder es de aquel que elige lo que sale y el orden en el que sale. Si bien todos somos capaces de ordenar, el que edita los vídeos, entiéndanlo como lo entiendan, es el que gestiona la realidad. El que edita los vídeos es el que arma el rompecabezas. Pero no es el que hace las piezas.
Pero el principal obstáculo que nosotros encontramos en la misión de Pacho es el orden subyacente. Abajo de todos los editores y de todas las reflexiones, incluso de las de Pacho, hay algo que determina las condiciones de su existencia. El lenguaje, el orden dentro de lo que ordenamos, es la restricción de la que Pacho no puede escapar. Nunca podrá decir lo que no está dicho. Nunca podrá decir lo inefable. Pero yo creo que podrá tocarlo. Y probablemente su liberación consiste en tocarlo, incluso recaer en su infinidad. La única condición de esta liberación es que rechace traerlo al mundo. No pertenece acá.
No obstante le ofrecimos una oportunidad de salirse del castellano. Creemos que el corazón de este artículo está en la hoja en blanco en la que le pedimos a Pacho dibujar mientras lo entrevistábamos. Ahí se encuentra lo que no puede ser dicho. Claro, no es lo que no puede representarse. Pero consideramos que representar lo irrepresentable requiere un presupuesto un poco mayor al nuestro.
Pacho es el hijo pródigo de la comedia, que esconde su rostro en las prendas del padre después de haber visto el mundo a punta de vender sus tripas.
Pacho cae de rodillas. Lo abraza lo inefable. Lo miran ustedes.