Pieles, piedras y palos

por Juan Esteban Lozano

Las historias acerca de la creación describen un periodo de oscuridad interrumpido por una deidad que ha traído luz al mundo. Es una manera conveniente de entender el lugar del universo que habitamos, pues cuenta en historias sucesos inexplicables. Muchos años después de que alguien físicamente parecido a Morgan Freeman creara la luz, se desarrolló  el oído: un órgano capaz de percibir la propagación de ondas mecánicas en un medio fluido o sólido. El sonido es al aire, lo que la marea al océano. Y la audición, son las olas golpeando en la orilla y luego convirtiéndose en señales eléctricas.  Cada sonido dentro del espectro audible es percibido e interpretado por una compleja interacción de sistemas de nuestro cerebro. Preceden a la conciencia y traduce la realidad en una forma de la materia que podemos entender. Escuchar nos brinda información muy útil de lo que sucede a nuestro alrededor. A la hora de ubicarnos espacialmente, al deducir el tamaño de una sala en relación con su acústica, si alguien llama nuestro nombre a la distancia sabremos a dónde dirigir la mirada, y si escuchamos un disparo sabremos hacia donde huir. Los sentidos son antenas sintonizadas a un espectro específico del universo y como polillas volando cerca del fuego tenemos un indício de lo que sucede a nuestro alrededor. 

Habitamos un planeta en donde, las condiciones atmosféricas determinan el comportamiento del sonido. Si el medio cambia, el sonido también. Esto nos sitúa en un lugar específico, al principio incomprensible, donde hay reglas y órdenes esperando ser descubiertos. Nuestras ambiciones han sido posibles aprovechando al máximo nuestras limitaciones físicas. En cuanto al sonido, hemos encontrado una forma de manipularlo: la música.

La armonía es la combinación placentera de varias frecuencias, subyace la ciencia de los acordes. La melodía es una secuencia lineal de notas musicales que el oyente escucha como una sola entidad. Y el ritmo, ordena los anteriores elementos en función de pulsos equidistantes de tiempo. Es la esencia de la música. Es omnipresente en cualquier evento periódico, desde la actividad en las células hasta los ciclos de los planetas. Estos tres elementos que componen la música son un gran descubrimiento de la humanidad, pero ¿Hemos descubierto algo en el mundo o en nosotros mismos? 

Escuchar y componer música es una búsqueda personal. En todo momento ponemos música para una audiencia; nosotros mismos o otras personas. Todos llevamos un DJ dentro de nosotros. Toda canción que nos hace sentir pertenece a un repertorio. Una persona completamente distinta a usted, de otro país, cultura y edad puede compartir su canción favorita. Se llenan estadios de desconocidos  llorando, bailando y gritando con la misma canción. Encontramos motivos para nuestras canciones y si la música hace parte de nuestra vida también sonará en nuestros recuerdos. 

Una canción que no suscita emoción es inútil. El compositor escribe en ritmos y notas aquellos elementos que son coherentes con la interpretación propia del sentimiento que subyace su pieza. Buscó por dentro, y encontró. El resultado es una simetría entre su medio y su intención, luego el oyente bailara como pueda. Ha reorganizado la materia en emoción. Si el poeta contorsiona las palabras para pintar un cuadro con palabras, el músico hace lo propio pero con sonidos. Los transforma, los pone encima, al lado, juntos, antes y después. A las mejores piezas no les falta ni les sobra nada. Componer, es decir algo por medio de un instrumento. Y un instrumento puede ser cualquier cosa.

Pero no cualquier cosa. Un instrumento manipula el sonido hasta frecuencias específicas. El concepto de afinar habla por sí mismo: hacer que una cosa sea la más perfecta, precisa o exacta posible. Los pioneros en este arte se las arreglaban a partir de cualquier colisión que generará ruido. Cierta piedra o palo sonó tan bien que dio origen a la ingeniería de sonido. Desde ese momento, la recursividad ha estado presente en este arte. Se construyeron instrumentos a partir de pieles animales, huesos y cualquier otra cosa que un ancestro se encontrara en la sabana africana. El instrumento, encontró a la tecnología y fue mejorando mediante técnicas y materiales. El carácter efímero de cada sonido, acompañado de la experiencia extraordinaria de escuchar una canción era proporcional al éxtasis que se vivía corriendo alrededor del fuego, en un campo de batalla o en un concierto de durante el periodo clásico. 

Todo parecía estar en su sitio. Había diversidad en instrumentos, de viento, cuerda y percusión, cada uno hecho tan meticulosamente que sin músico, ya eran arte. La música parecía haber llegado al grado más alto de estética, pero sucedió lo  semejante al invento de la fotografía para el arte pictórico. El invento del fonógrafo, el primer aparato común para grabar y reproducir sonido, fue solo una advertencia de las revoluciones musicales que estaban por suceder. La constante innovación en la manera y forma de producir sonido le abre a un artista posibilidades infinitas de hacer uso del mismo. Desde el siglo pasado, modificar la identidad de instrumento ha devenido en pilares fundamentales de distintos géneros. Existen miles de ejemplos, tendría que hacer una búsqueda exhaustiva pero para probar mi punto mencionaré la guitarra eléctrica y el sintetizador. Una historia de la música es contada a través de la tecnología.

El público también ha sido testigo de los avances tecnológicos. La innovación en la radio ha devenido en plataformas que almacenan toda canción de la que se tenga registro. La innovación en parlantes ha permitido mejor calidad de conciertos para más personas. Incluso, respecto a esto, recientemente se inauguró “The Sphere” en Las Vegas: un escenario con tecnología de punta hiper- inmersivo equivalente a la versión posmoderna del Philharmonie am Gasteig inaugurado en 1893 en Múnich, Alemania. Los auriculares, cada vez son más pequeños, livianos. Parece que cada vez están más cerca de que los implantemos por completo en nuestras cabezas. Somos afortunados de tener al alcance de nuestra mano escuchar cualquier canción de la que se tiene registro. Pero algo extraordinario se ha convertido en algo cotidiano. Hay música en todas partes en todo momento.

En fin, el presente. Una parte de  componer y escuchar música ha caído en manos de industrias y corporaciones. Un contrato con una disquera puede ser el fin de un artista pues orienta la creatividad artística a un cifra. Las canciones son distribuidas por algoritmos complejos que nos prometen que el siguiente video será mejor, eternamente. Estamos condenados a un mundo donde es difícil descubrir, pues todo se está escribiendo bajo la premisa del entretenimiento. Sin embargo, no seamos pesimistas.  Es la mayor amenaza que enfrenta el ser humano pero es un alivio al considerar que todo lo inexplicable de la música está en la idea estética de coincidir.  Para el oyente son más las canciones que nunca escuchara como para el compositor serán más las canciones que nunca compuso. Su canción favorita es la remota, improbable y extraordinaria sucesión de factores cuya mínima variación habría cambiado por completo el resultado. No solo en el sentido de lo que tuvo que pasar para que el artista escribiera esa canción. Es también la índole arriesgada que conlleva manipular el sonido. Cada elemento en una orquesta debe estar perfectamente en su sitio, pero al mismo tiempo se debe renunciar por completo al control. Solo nos queda ser recursivos. Hoy en día hay muchas más opciones que piedras y palos. Debe trabajar con lo que tiene disponible y a la velocidad de sus dedos. La música no es compleja, no es sofisticada ni tampoco incomprensible. Es una variación delicada y sutil de sonido que nos ha dado ganas de movernos y está tan lejos del ruido, como la luz lo está de la oscuridad.