Universidad, universo y universalidad

por Lucas Morcos

Depender únicamente de dos pilares para mantenerse de pie en la búsqueda del conocimiento puede sonar peligroso, sin embargo, existen aspectos que embellecen la vida y garantizan no desistir en esa búsqueda. 

La palabra universo tiene su origen en el latín, idioma que a pesar de haber sido uno de los más grandes de la historia de la humanidad, hoy a duras penas subsiste y es utilizado en contextos muy específicos y reducidos. “Universus”, encapsula en su significado un todo, una generalidad que literalmente abarca absolutamente todo lo existente. Esa idea de un “todo” puede parecer simple, pero sólo requiere pensar en ella unos cuantos segundos para que se haga evidente su complejidad y sus intimidantes implicaciones, o por lo menos ese es mi caso. Es precisamente esa idea de un “todo” la que me motiva a mí, un joven de 20 años, a escribir un artículo sobre cómo me di cuenta de que existe ese “todo” sobre el cual sé y conozco realmente poco, o prácticamente nada. Sé que ustedes se preguntarán: ¿qué tienen que ver mis inquietudes intelectuales con el haber entrado a la universidad y la inmensidad del universo en el que existimos? ¿Cuál es la relación que existe entre estos conceptos y en qué se basa? Pues déjenme adelantarme al desarrollo de este artículo, y decirles que el hecho de que las palabras “universidad”, “universo” y “universalidad” tengan la misma raíz no es ninguna casualidad etimológica, sino que, por el contrario, fue lo que me ofreció la clave para entender la trascendencia de sumergirse de cabeza y sin pensarlo dos veces dentro de la educación universitaria como paso crucial para mi vida.

 

El camino de la vida tiene una serie de pasos que la mayoría de nosotros estamos condicionados a seguir. Ir al jardín infantil, entrar a un colegio, estudiar por lo general 14 años hasta graduarse, elegir un área del conocimiento que nos apasiona (o no), dedicarle como mínimo 4 años de estudio, volvernos expertos en ella y, finalmente, dedicarle el resto de nuestro tiempo a los distintos elementos que constituyen la vida de los seres humanos. Pasamos 14 años de nuestras vidas previos a la educación universitaria sentados en un salón adquiriendo conocimiento; año tras año aprendimos sobre distintos temas, distintos campos de estudio y distintas partes que conforman el universo. Sin embargo, este constante aprendizaje de la niñez y adolescencia, conocido también como nuestra crianza, no se redujo exclusivamente al salón de clase: adquirimos la misma cantidad de conocimiento en distintos contextos diferentes al académico. Aprendimos sobre dinámicas sociales en fiestas e interacciones, aprendimos sobre comportamiento y modales al estar con nuestras familias y aprendimos bastantes cosas dependiendo del lugar en el que nos encontramos. A medida que pasaron los años construimos una realidad alrededor nuestro que conocíamos bien, a profundidad, y sobre la cual teníamos confianza y certeza. Tal vez no es así en todos los casos, pero al menos en el mío, el momento en el cual más me sentí dueño y conocedor absoluto de mi realidad fue en mi último año de colegio. Llegar a este año representó el esfuerzo y mérito tras 14 años de trabajo incesante. Fue una especie de recompensa por haber atravesado un largo camino exitosamente. En otras palabras, finalmente éramos dignos de recibir un diploma gracias a TODO lo que habíamos aprendido en nuestra vida, nos lo ganamos sabiendo que era debido a lo que habíamos construido con nuestro conocimiento.

 

A pesar de todo lo anterior, el control que alegamos tener en nuestro último año de colegio, el cual nos hacía sentir seguros y empoderados, se derrumba en el momento en que no encuentras a tu grupo de inducción a los pocos minutos de poner pie en una universidad por primera vez. Este cambio de contexto me demostró que realmente nuestro conocimiento previo a la educación universitaria representa una fracción insignificante dentro del universo de conocimiento que existe. En ese momento fue cuando abrí los ojos y comencé a percatarme de que en realidad no se trataba de un mundo más allá del que conocía, realmente había un universo, que, pese a mis esfuerzos, jamás lograría comprender en su totalidad. Abrir los ojos a la ignorancia y sumarla al repentino deseo de conocimiento fue como encender un vehículo para tratar de obtener el grado más alto de universalidad que me sea posible, a lo largo de la vida, como hombre.

 

Hasta este punto parece simple; el proceso para llegar al conocimiento que alberga el universo es un camino que ha sido pavimentando por todas las generaciones de estudiantes que nos precedieron. No obstante, este camino establecido ante nosotros, esta guía estructurada paso a paso la cual solo debemos seguir con atención, consume el 100% de nuestro tiempo en este mundo. Es decir, como individuos pertenecientes a esta sociedad, invertimos toda nuestra vida, y por consecuencia todo nuestro tiempo, en transitar ese camino sin desviamos ni detenemos por un instante a considerar si hay algo más allá. Bajo esta lógica, al momento de poner en una balanza la cantidad de tiempo que tenemos contrapuesto con lo desconocido, parece que estamos condenados a morir sin derecho a conocer y comprender múltiples aspectos sobre el universo que nos rodea.

 

Me encuentro en una etapa dentro de ese camino, en la cual me percaté de esa increíble realidad que supone el tiempo al enfrentarse con la magnitud del universo, y por más pretencioso que suene, en los últimos meses me he dado a la tarea de analizar y entender este “problema” e identificar una “solución” -claro, si es que esta existe-. Asumiendo una postura humilde, el primer paso para tratar de alcanzar un alto grado de conocimiento y universalidad es entender y reconocer en dónde estamos y de dónde venimos. Dejar de lado ese sentimiento de superioridad que nos invadió en 11º y enfrentarnos a un contexto totalmente nuevo es un buen primer paso. El primer semestre de universidad resulta ser un punto de inflexión para la mayoría de los universitarios. De la infinidad de caminos que cada individuo puede tomar, reducir las posibilidades de conocimiento a una sola carrera puede sonar algo desconcertante. Alguna vez me dijo que “lidiar con el hecho de que al escoger una puerta se te cierran cien otras puertas es igual de difícil que la tarea de escoger esa única puerta en primer lugar.”  Si bien es verdad que escoger una carrera es un punto bisagra en la vida de cualquier miembro de esta sociedad, considero que, en efecto, sí existe un margen de error en esta decisión, y que lo importante en caso de equivocarse es entender que, si no se corrige el error, eventualmente puede llegar a ser demasiado tarde. Coincido con la idea de que hay pocas cosas más atemorizantes que condenarse a uno mismo a actuar dentro de un área del conocimiento que no se desee con determinación.

 

Sin embargo, es en este momento en el que entran a jugar dos elementos cruciales para la búsqueda del conocimiento: el interés y la pasión. Una vez reconocemos de dónde venimos, el siguiente paso es lograr concebir una amalgama perfecta entre nuestro interés y pasión por un área del conocimiento en específico y entregarnos completamente al estudio de esta. A mi criterio, el interés y la pasión son los dos pilares que sostienen al individuo para mantenerse activo en un determinado campo desempeñando cualquier labor en este, ya sea estudiar, trabajar, investigar etc. Bajo este orden de ideas, el hecho de que el interés y la pasión sean vistos como pilares implica que estos pueden tanto fortalecerse y agrandarse, como debilitarse y eventualmente derrumbarse. Depender únicamente de dos pilares para mantenerse de pie en la búsqueda del conocimiento puede sonar peligroso, sin embargo, existen aspectos que embellecen la vida y garantizan no desistir en esa búsqueda.

Entrando en terrenos más filosóficos, considero que una muy buena manera de reforzar y agrandar los pilares del interés y la pasión es a través de una vida que refleje la ética de la virtud. Esta filosofía, desarrollada en la antigua Grecia por sabios como Aristóteles, se basa en vivir una vida motivada por alcanzar la virtud mediante decisiones morales y éticas. El concepto de “virtud” suena abstracto e incluso ambiguo, pero a mi manera de verlo, la virtud es aquel estado de realización personal proveniente de nuestros conocimientos y sabiduría, y, por ende, el fin máximo al cual podemos aspirar. Entender el anterior análisis como un plan o vía de acción es el vehículo que nos llevará a la realización del objetivo, y a ciencia cierta, es una tarea realizable, posible y lógica. Sin embargo, la ejecución de un proyecto de vida el cual se basa en alcanzar la virtud, y por consecuencia el conocimiento, se encuentra con un solo obstáculo, un antagonista que imposibilita darle un final feliz a la historia: el tiempo.

 

Haciendo referencia al meme y tendencia de Napoleón, el cual estuvo rondando TikTok hace unos meses, lo único que podemos hacer frente al tiempo es verlo de frente y decir: “no hay nada que podamos hacer”. El paso del tiempo es el único villano en esta historia, es lo único que le imposibilita al hombre alcanzar un grado de virtud o universidad absoluta, y la razón de ello es muy sencilla: a nadie le alcanza el tiempo para conocerlo todo; no somos inmortales. A simple vista, lo anterior suena desalentador. ¿por qué debería perseguir la virtud y el conocimiento si de todas formas no me va a alcanzar el tiempo para alcanzarlos? Después de detenerme por un segundo y pensar en la anterior incógnita, encontré la respuesta en aquellos dos pilares de los cuales les hablé anteriormente. No se puede pretender alcanzar la virtud y el conocimiento de manera absoluta. Pensar eso sería un error. En cambio, lo que hay que hacer es perseguir la virtud y el conocimiento al cual nos lleven tanto el interés como la pasión, materializando así el objetivo que nos propusimos una vez salimos de la fantasía escolar y nos paramos frente a la universidad y al resto de nuestras vidas.

 

Con menos de la mitad de la carrera cursada, las anteriores palabras son el resultado de varias noches de reflexión y conversación con distintas personas que han llegado a mi vida desde que soy universitario. Y si bien la vida no se detiene, y cada vez se vuelve más apremiante por obra y gracia del tiempo, considero que detenerse a analizar nuestra posición en el universo es un ejercicio sano y necesario que todos deberíamos hacer. Es por eso que mi intención al escribir este artículo, aparte de compartir mis reflexiones y pensamientos con un grupo de extraños a ver qué opinan, es invitarlos a que se detengan, traten de dimensionar el tamaño del universo, y mediante sus intereses y pasiones traten de apropiarse de la mayor parte de este, así todos sepamos que el tiempo no nos va a alcanzar para adueñarnos de él por completo.