Los extraños
por Gabriela Freydell
Lean el prólogo. O no. Al final lo único que importa es que le den click a las imágenes del final.
Podría agotar estos temas pero me mantendré breve porque creo que es peor pecado excederse que quedarse corto, sobre todo cuando uno está haciendo un prólogo. El epítome de la ciudad moderna es el desconocido. Al otro lado del corredor, de la calle, del vagón, hay una persona que nunca antes he visto en mi vida y a la que nunca volveré a ver. No tenemos amigos en común. No somos familiares. Estamos, en este momento, en el mismo lugar, pero no lo volveremos a estar. Y si llega a ser el caso que, por algún capricho del destino, nos volvemos a encontrar, dará igual. Dará igual porque no reconoceré su cara, que ha entrado y salido de mi memoria en no más que un instante.
Que el deambular urbano sea acompañado por desconocidos da lugar a una soledad sin privacidad. Nadie interactúa con nadie, pero nadie está solo, al menos no como lo estaría en la cama de su apartamento antes de irse a dormir. Puede ser que tomarnos el tiempo de ponerle cara a estos desconocidos y guardarlos en nuestras memorias cure esta soledad. Así, la siguiente vez que los veamos no serán completamente desconocidos; serán aquel hombre de gafas que cruzaba la pierna descaradamente en el bus, aquella mujer que llamaba a su hijo con impaciencia, aquel joven cuya tristeza nos logró cautivar.
Gabriela Freydell se graduó del colegio en 2022. Decidió irse tres meses a Alemania. Vivió en una ciudad extranjera durante esos varios meses. Se encontró con las caras más desconocidas cada vez que montaba el metro. Eventualmente, comenzó a dibujar a aquellas personas que se encontraba. Era un informal juego en el que participaba ella, el desconocido y el tiempo. Algunas personas se quedaban con ella hasta el final del trayecto. Otras se bajaban en la siguiente estación. Como pasa con cualquier juego, llegó el momento en el que se definieron sus reglas. Freydell estableció un procedimiento categórico:
- Escogía a una persona que le llamara la atención por la razón que fuera.
- La persona tenía que tener tapabocas.
- Paraba de pintar cuando la persona se bajara del vagón.
Si en el baloncesto queremos meter el balón en la canasta en menos de 24 segundos y en el fútbol queremos anotar más goles que nuestro rival, cuando jugamos con el lapíz, un desconocido y el tiempo queremos retratar al extraño en el menor tiempo posible. Cualquier trazo puede ser el último. Hay que estar preparado para que el sujeto nos abandone y también para que nos acompañe hasta el final. Algunos desconocidos se dan cuenta de nuestro juego. Algunos juegan de vuelta, piden una foto del resultado, agradecen la indiscreción. Otros se ponen bravos y abandonan el vagón con furia. Otros se hacen los que no se dan cuenta. Otros simplemente no se dan cuenta. ¿Cuántas veces han jugado con nosotros y el lápiz sin que nos demos siquiera cuenta? Esa es una pregunta para otro momento. Por ahora, las desconocidas caras completas e incompletas que Gabriela Freydell se encontró en Berlín nos muestran lo que queda de un urbano desconocido en nosotros, incluso cuando hacemos el mejor esfuerzo por guardarlo en nuestra memoria.
Alejandro Alfonso