llamado a la prudencia
por Federico Flechas
Pretendo, y espero, que exista un grado mínimo de vergüenza que vaya en concordancia con el respeto que debe derivarse de la virtud, o de la búsqueda de esta, que resulta casi igual de noble.
Debo, con prudencia, y haciendo alusión al título de la columna, evitar caer en absolutos morales y en lugares oportunistas a la hora de escribir esto. Sin embargo, el momento resulta oportuno, y me haría un mal al quitarme el sueño por no expresar la extraña analogía que se presentó ante mí este sábado 4 de noviembre. Durante dos fines de semana el rigor se impuso al verbo, la sobriedad a la humera, el silencio a la bulla (quizás deba escribir esto en otra revista), el argumento al insulto, la serenidad a la cólera, el pudor al orgullo y se derrotó la aversión a criticar la mediocridad y el esfuerzo por salir de esta. El propósito de este texto no es exponer a forma de juicio los desaciertos de los recientemente derrotados (faltaría evidentemente a la prudencia y pecaría de hipócrita) sino exigir y clamar que se eviten dichos desaciertos, y hacer un llamado a adoptar la prudencia, porque aunque se debería adoptar sin cálculo alguno o expectativa alguna, ahora parece ser que estos le favorecen. Resulta entonces ilógico, y oportunista, que mi iniciativa nazca de la victoria de la prudencia, pero quizás así y solo así, se contagie de manera ubicua como tanto deseo.
El lector ajeno al fútbol, o las elecciones de la alcaldía de Bogotá, se encontrará perplejo ante la obviedad con la que el escritor habla de los hechos. Dudo que un lector de esta revista, primero, no sea habitante de Bogotá, y, espero, no sea indiferente a “la fiesta de la democracia”. También que semejante desocupado que gasta la pila de alguno de sus dispositivos leyendo esta revista, siente un cariño por el deporte rey, un cariño que, así sea mínimo, es suficiente para obligarlo a estar enterado de quien reclama “la gloria eterna” cada año. Si supongo erróneamente, y el lector ajeno no logra abrazar estos asuntos, es mi obligación avisarle que no encuentro pertinente que siga leyendo, pues le resultaría imposible llegar a comprender, y a mí a explicar, la dimensión de los hechos que motivaron este texto. Reconozco mi brusquedad y me disculpo de antemano. Cuanto agradecería yo que cada escritor que he leído valorara explícitamente mi tiempo, así como lo hago yo con usted. Excuso esta brusquedad pero la reivindico, y por eso la mantengo. Si Borges advirtió que toda nóvela es innecesaria, ¿por qué no abogaría yo a favor de que el lector de Bu!!a emplee óptimamente su tiempo? (es evidente que ya no lo hace). Sin más que advertir, le agradezco prosiga con inspección y escepticismo.
Al lector al que le resultan inherentes estos temas ¿no le parecería poco razonable, incluso absurdo, que un equipo que no gana un sólo partido de los últimos siete que juega en una competición, quede campeón de la misma? ¿No le parecería ridículo que un candidato que defrauda a sus electores de hace tan sólo un año para perseguir afanes personales, dé señales de que nos debe gobernar? ¿No cree que sería, hasta ofensivo, que un equipo que anota los mismos goles en todo el torneo que un solo jugador del equipo rival, juegue como el campeón de América? (El futbolero entenderá que no estoy diciendo que el Águilas Doradas de 2023 es mejor que el Milán de Arrigo Sachi). Se preguntará a que viene semejante quejadera mía. Claramente no pretendo que todos los candidatos a una alcaldía y todos los equipos de futbol sean decentes y competentes, mi molestia y rechazo profundo es a la falta de prudencia, a la incapacidad de reconocer, y en su defecto criticar la mediocridad propia. A falta de pena por la insuficiencia. Pretendo, y espero, que exista un grado mínimo de vergüenza que vaya en concordancia con el respeto que debe derivarse de la virtud, o de la búsqueda de esta, que resulta casi igual de noble.
Al lector al que no le son inherentes estos temas pero que siguió leyendo ¿no le parecería nada razonable que, no siendo suficiente el pésimo rendimiento en los partidos y en las elecciones, los simpatizantes (he aquí el epicentro de semejante intersección entre el fútbol y la política como oficio) de ambos sectores se pavoneen con orgullo de su situación? ¿De la “mística”, la “maquinaria”, “es que somos grandes”, “es que no somos corruptos”, “7”, “es que ganamos en siete municipios”, “está todo escrito hermano”, “si hay elecciones hoy ganamos de nuevo” y más? ¿Le parecería ridículo, incluso cómico que tremendos incompetentes se pavoneen por el mismo hecho de serlo? O quizás no, quizás es tan habitual toparse con tan despreciable actitud que no le sorprende. Porque es habitual. Si a priori no lo cree, intente decirle a alguien en un estadio en Colombia que está sentado en el puesto que usted compró, que si por favor, usted, se puede sentar ahí, o tropiécese accidentalmente con un rolo borracho, o tómese la molestia de manejar durante 15 minutos en cualquier ciudad grande de Colombia, o sólo intente recordar la cantidad de veces que recibió un “de malas”, como respuesta a cualquier interacción con un extraño. Estos son unos cuantos ejemplos, el lector dará testimonio en su mente de la longitud de esta secuencia, o comprobará mañana mismo en la calle que, cuando pinto el menosprecio hacia la cordura como omnipresente, no estoy cometiendo una exageración. Lo de gallito fino decidimos tomárnoslo muy enserio, y no sobra recordarle al gallo que mide 50 cm y pedirle un poco de silencio (porque lo habitual es que se pavonee después de cometer su payasada)
Ahora bien, es imperante que se pondere con mayor proporción, y que se resalte de forma enfática, no solo mi desagrado profundo por tan agobiante y ridícula actitud, sino las inmensas victorias de estas dos semanas. Me permitiré celebrarlas desde la base de que siempre es ameno, incluso excitante, ver a la virtud imponerse a la arrogancia. Es por eso que este texto torna de queja a invitación, en una invitación al lector, a que “aproveche” tan evidente victoria de la prudencia para empezar a adoptarla en su vida, que se convierta en una constante, en un fijo ajeno a choques exógenos, en algo natural, algo dado, y en algo exigible a los demás. Si bien pareciera que el morbo, el afán, la pereza, la ignorancia y la venganza, logran enamorar y, de paso (con todo el descaro), vencer por su simpleza, aún hay victorias de la prudencia, de la mesura, de la coherencia, de la búsqueda del rigor. Y nuevamente es un poco mediocre de mi parte pedir prudencia, justo en el momento en el que la prudencia sale victoriosa. Pero repito, si este es por lo menos un primer paso, que así sea, porque me encuentro aturdido por tanta bulla.