Cuento

escribiente

por Elkin Moreno

Recuerdo una ocasión en la que me enfrentaba a dos lilas peculiarmente parecidos, era un 14-3710 y un 14-3812. Aunque parecían colores distintos, no se podía distinguir entre ellos a simple vista. Hice caso a organizarlos como se me indicaba, fue desastroso. 

Armario de Steve Jobs.

He abierto los ojos de nuevo. Por la ventana entra el olor a geranios que he criado desde hace algunos meses en mi antejardín. Es sábado, lo sé porque en Montevideo el viento solo corre adentro de mi casa los sábados. Habiendo aceptado el riesgo de la imprecisión que tiene la predicción ofrecida por la ocupación meteorológica, dejé abierta la ventana luego de volver a revisar que la humedad y las precipitaciones no son comunes por esta época. La ventana se ha movido algunos grados desde donde había sido dejada, eso fácilmente se puede ver. 

El lado derecho de mi cama, el que queda vacío, no tiene una sola arruga. Desde allí, algunos centímetros del lugar en el que veo mi propio cuerpo acostado, se extiende mi reino de lo impoluto, de lo pulcro. El laminado del piso está encerado y brillante. Producto de mis artes calculadoras, recuerdo haber medido la cantidad de cera necesaria para que llegase a mi el olor de los geranios al despertar, de modo que no se saturara el ambiente con el olor a cera. Luz y anteojos en el lugar y la posición en que deben estar. Al igual que las sandalias que se encuentran perpendiculares a la cama, a la altura en la que me solían quedar los pies descalzos al hacer el giro para levantarme. 

Me levanto y doy algunos pasos hacia el baño. Al pasar por el Walk-in me regocijo al ver mis ropas organizadas. Los suéteres, cardigans, chalecos, camisetas, tortugas, cuellos v, marineros, montañeros, trocheros, buzos, jerseys, canalés, ribs, cable Knits, ugly sweaters, fishermans, rombos calados, jacquards, polos. Todos doblados y planchados, cuidando que se mantuvieran uniformes en el doblez, puesto que algunos doblados más anchos y otros más angostos resultan en una indecorosa visión. Además, están organizados por colores. Cuidando del espectro cromático, empiezan desde los colores fríos, avanzan por los brillantes, despuntan por los cálidos y cierran lícitamente con el negro. Recuerdo una ocasión en la que me enfrentaba a dos lilas peculiarmente parecidos, era un 14-3710 y un 14-3812. Aunque parecían colores distintos, no se podía distinguir entre ellos a simple vista. Hice caso a organizarlos como se me indicaba, fue desastroso. Se rompía la armonía de la sección y el orden se convirtió en caos al instante. Los intercalé en busca de mejores resultados y solo fue para mi desgracia. Luego de algunas horas frente a ambos me decidí por botarlos y comprar un color intermedio. No me podía permitir la ignominiosa interrupción que tales lilas jaraneras me querían procurar. 

Podría hablar también de la manera en que chaquetas, sacos, french terries, hoodies, gabardinas, gabanes, blazers, fracs, pecheras, abrigos, capas, bombers, overcoats, camperos, parkas, kimonos, americanos, batines, plumones y cazadoras están organizados por largo y por peso, sin desatender la consonancia del color; contarle que tengo escritas en libretas funciones proposicionales con el universo de discurso bien definido en las que dirimo pugnas como la que ya le conté; podría decirle que los pantalones, en todas sus clases, están planchados y colgados junto con las camisas, igualmente planchadas con las mancuernas del color correspondiente, y como ya podrá imaginar, organizadas por colores, de frío a cálido, con la precisión y diligencia que solo un amante del orden, el aseo y las buenas maneras podría lograr; platicarle respecto de mis zapatos es un placer lúdico. Botas, sandalias (sin contar las que están al lado de la cama), chanclas, tenis, tenis para correr, tenis para saltar, tenis para hacer el amor, mocasines, botines, punta cuadrada, punta redonda, punta lanza o puntudos, alpargatas, vans, crocs, shoegaze. Todos organizados aristotélicamente por especie y género. La pregunta por la esencia, en el caso de las vans y los crocs, me tomó horas, por lo que resolví crear una subclase para incluirlos. En efecto, el color de cada par también tuvo importancia y luego de esta breve revisión puede decirse, sin temor a faltar a la verdad, que es el criterio más importante que tengo. Podría esto y mucho más, pero en realidad no quiero porque el tiempo es inclemente ante las distracciones que uno pueda encontrar. Uno no puede excusarse ni darle explicaciones al tiempo. A las 9:30 llegan las palomas a la plaza Liber Seregni y se me hace tarde. Son ya las 6:30 de la mañana.

La vela recién reemplazada puesta sobre el alféizar me recibía dispuesta a enarbolar sus frutales olores. El tapete un poco desfasado de su posición habitual por el influjo del viento. El jabón junto con la toalla para manos en el sitio donde han de estar. Las demás decoraciones tienen entre sí una simetría espectacular. Centímetros bien contados y el nivel calibrado para garantizar la percepción de orden. Abro el mueble y corroboro que perfumes y lociones, cremas, pócimas y pomadas sigan organizadas en orden alfabético. Naturalmente, me tomé el trabajo de reemplazar las tapas de todos los frascos por tapas blancas. Todo por evitar mi natural inclinación por sucumbir ante la escala cromática. El vidrio del espejo está reluciente. Al buscar no se encuentra mancha o rayón alguno. Cuido mucho el que el espejo se mantenga transparente, verdadero, puesto que con el vapor de agua es fácil que se empañe y se ensucie. Este vidrio amplio lleva ya algunos años mostrándome la misma imagen. Hombre alto, lánguido y de rostro afable. Aunque psicorígido y en ocasiones obsesivo, me ha gustado pensar un hombre calculador, receptivo, responsable y dispuesto para el servicio en mi comunidad. Comienzan las vetas de un cano incipiente. Arrugas nacientes en la frente y la vejez que, a pesar de las buenas formas, ha llegado a visitarme. Es el rostro de un tipo cansado que se ha resignado a una vida de copioso trabajo a cambio de una brumosa ilusión de control. Dejo de mirarme y antes que cualquier otra cosa muevo el tapete hacia su lugar. Doblo mi pijama para, al salir, dejarla bajo mi almohada. Abro la llave del agua caliente lo suficiente para entibiar el chorro helado que sale de la ducha. Me cercioro de tener todo lo necesario para bañarme con satisfacción. Antes de poner un pie dentro del agua que se va empozando, noto el silencio, extraño en este ritual. Por concentrarme en las lilas y los french terries olvidé la música. Música para restregarse el cuerpo. Pero la música no es teleológica como los tenis. La buena música es una sola y casi toda está organizada en el cajón bajo el tornamesa que tengo en mi sala.

Con el agua chocando con la baldosa de fondo, me encuentra en esta mañana de sábado semidesnudo y acuclillado frente a los maestros. MI rezo para la música. Organizados entre 33 y 45 revoluciones por minuto estaban quienes en los metálicos vientos y las negras del sostenido habían encontrado el Soni naturae y se habían aventurado a reproducirlo, a moldearlo, a ensuciarse las manos de barro y lodo a cambio de una producción delicada y abisal: Shostakovich, Prokofiev, Stravinskao (al mejor estilo de Richie Ray), Mahler, Strauss, Ravel, Dvořák, Mendelssohn, Bizet, Bach, Brahms, Haydn, Schumann, Schubert, Liszt, Rajmáninov, Horowitz, Sibelius, Debussy, Chopin, Saint-Saëns, Mussorgsky, Vivaldi y Wagner. Nunca me gustó Mozart ni Beethoven, están ya muy enmundanados. La organización de estos no fue nada fácil. En una rebelde tarde de quietud, pensé que lo mejor sería encontrar cuál era la nota más alta que se tocaba en cada compilado, para así poder ordenar de más agudo a más grave. Llevose el tiempo el interés pero no la disciplina ni la diplomacia. 14 años y medio me tomó la instrucción de afinación para aprender a reconocer la diferencia, por ejemplo, entre un mi bemol y un mi bemol séptima. Cuando estuve preparado, escuché con rigor y atención. Organicé los discos y ahora al verlos me siento orgulloso pero aburrido. El agua no deja de caer y el tiempo sigue apremiando. Son ya las 6:35 de la mañana. La tornamesa está bajo el caminante del mar de nubes, decido rápido por Lady Macbeth of Mtsenk, volumen alto y corro a la ducha.

Me duché, salí. Camisa, cardigan, lino fino en el pantalón que había colgado preparándome esta indumentaria hace ya algunas horas. Las medias, las agujetas, los tirantes y la bufanda colgados y planchados. Iba muy bien de tiempo, de hecho, iba tres horas temprano para la llegada de las palomas. Ya desde ayer había escogido la plaza en la que quería verlas, Había revisado mi presupuesto y lo había modificado de modo que se viera contemplado el gasto del maiz. Esa era la razón por la que nunca había tenido que tapar huecos ni saltar charcos en mis finanzas. Una organización perfecta, milimétrica, bien pensada. No solo estaba organizada mi billetera en denominaciones, cantidades y fecha en que recibí el billete. También lo estaban mis bolsillos, mis nudos, mi cama, mi armario. En ocasiones, tenía la sensación de que vivía en un apartamento modelo. Uno en el que en realidad no vive nadie. Las mesas sin polvo, los estantes organizados, el baño limpio. Todo producto de un juicioso aseo, de un proceso aséptico en el que me veía envuelto por gusto. Sentía que no había satisfacción más grande que el verlo así.

Prudente, es el comentario que recibo sobre mi desde que tengo 17 años. Nunca un pelo mal arreglado, la camisa fuera del pantalón, un pantalón ajado o manchado (ni siquiera se me ocurría). Nunca las uñas largas y el corte de pelo se había mantenido con los años. Al ser precavido, preví que un peluquero podía ser inconsistente. Aprendí a pasarme la tijera solo, siempre a la misma altura, siempre con el mismo ángulo. Bien joven aprendí que debía ser moderado. Las malas palabras, las condenas, las injurias y las calumnias destrozan el alma. Por lo que me encomendé a la tarea de cuidar mi expresión. Servicial y benevolente sin dejarme caer en la servilidad. Afables y lentas eran mis conversaciones. No me interesaban las controversias y mucho menos las disputas. La emoción es mala guía y aparta a la razón de su divino andar. En momentos de rabia o de ira, porque los tuve, prefería permitirme un momento, salir por aire, tomar agua. En el más extremo de los casos retirarme y dirigirme hacia un lugar de confianza.

Salgo abriendo la puerta, los pies al tapete. El olor no es al vapor con lavanda de hace algunos minutos. Es un olor dinámico, particular. Olía a emotivismo, que es el olor que tiene el pan de miel horneado. Siempre me he inclinado a pensar que las ideas tienen olor, por ejemplo, psicoanálisis a pasto mojado, el atomismo lógico a lavaseco, el pirronismo a geranios cortados, el esencialismo a gato, el solipsismo a hospital psiquiátrico, el anarquismo a clavos, el marxismo a clorox, el neoliberalismo a axila y violetas, el racionalismo a tabaco prensado y el empirismo a marihuana. Bajo por las escaleras asimilando la lavadura, la harina de trigo y agua. Mezclados, juntos, casi imperceptibles por separado. En la escalera la visión de mi vecina:

– Magnolia, buenos días.
– Buenos días Jorge ¿Va a la plaza?- Responde la vecina.
– Así es, si salgo ahora puedo conseguir el maíz a buen precio.- Respondo
alineando sinceramente mi pensamiento a mi palabra.
– ¡Ay Jorge! Pero está haciendo mucho frío y las palomas llegarán en dos horas.- Dijo como cansada de mi comportamiento rutinario la señora Magnolia.
– Unas por otras Magnolia. Por cierto ¿le huele a pan de miel?
– No Jorge, me huele a mierda. Lo mismo que ha olido este maldito edificio los últimos veinte años.
– Que cosas dice Magnolia.- Respondo risueño como apurando el final del
encuentro. Se me hacía tarde.

En el primer piso, luego de haber dejado la puerta atrás volteo a la derecha y, con mi caminar parco y diligente, atravieso las tres cuadras que hacen falta para divisar la Liber Seregni. El sol naciente y el frío que mi vecina me había reportado hacían de la visión de la Seregni una especialmente extática. He tenido la sensación de que he vivido la misma vida desde que comencé a trabajar como escribiente en el Umberto I (conocido usualmente como el hospital italiano de Montevideo). Paso los días encerrado en mi pequeña oficina frente a mi máquina de escribir. Una Brother Deluxe 1350 Japonesa. La escritura en dispositivos digitales se me complica porque yo aprendí a escribir en una Facit Swedish (un lujo de maquina, de mi papá). Prefiero la comodidad de mi brother y digitalizar en comunicaciones lo que hago. Los administrativos no han tenido problema puesto que soy eficiente y puntual, especialmente puntual, como un inglés. Como los administrativos valoran mi puntualidad, así que me dejan escribir a mi modo. La oficina era una antigua bodega que daba al patio interno. Lo inconveniente era su ubicación entre el consultorio 152 y 153, en los que están Rodriguez y Roldán respectivamente. Rara vez hablo con Roldán, pero Rodriguez pasa de vez en cuando a saludar. Podría decirse que es la persona más cercana que tengo en el hospital.

Rodriguez es un joven cetrino, algo pirático, pero en el fondo es cordial y dulce. Era cardiólogo de la junta del hospital porque su papá, el doctor Rodriguez, era el presidente. Era el único varón entre 5 hermanos y sus hermanas habían disfrutado de todas las facetas del doctor menos las del riguroso y disciplinado. Esas le habían tocado a Rodriguitos, que se terminó por resignar al oír las repetidas negativas sobre el rumbo que quería tomar en su vida. No hubo en toda la ciudad ortiga suficiente para reprimir las cupidinosas voluntades de un pequeño Rodriguez que desde bien temprano en la vida se había visto inclinado por la lectura.

– Charlatanes de fantasías que no tienen un peso en el bolsillo- le decía don
Rodriguez a Rodriguitos cuando siquiera mencionaba el tema.- Usted va a ser doctor del italiano, igual que su papá.

En la facultad le iba bien por disciplina pero nunca por interés. Lo conocían por gastar sus días de descanso en escaramuza, una librería con una linda terraza en el número 1185 de la calle Dr. Pablo de Maria. Allí leía y charlaba con los dependientes desde las 9 de la mañana hasta el cierre a medianoche. Nunca abandonó su gusto por la lectura e incluso ahora, en el espacio entre consultas, ojea concentrado las páginas del libro del momento. Yo sé que ya casi se acaba Feliz año nuevo de Fonseca.

Es por esto que desde mi llegada hemos sido cercanos, hemos podido tener debates sobre los ciegos en Lispector o sobre el tren y el destino en La modificación. Se le nota el jolgorio en la mirada cuando utiliza su hora de descanso para observar junto a mi el patio interno y la Brother japonesa. Con el tiempo nos hemos venido haciendo más y más cercanos. Yo, aunque nunca he dejado de lado mi moderación, he aprendido a ser un poco menos hermético con el. Me permito opiniones personales sobre las novelas y un día hasta llegue a prestarle uno de mis cubiertos. En realidad yo disfrutaba del tiempo con Rodriguez. Nunca se lo dije y nunca le di motivos para que lo pensara. En un hombre es mucho más peligroso lo que piensa que lo que sabe.

Ya estaban conmigo las palomas y el viento rayaba las copas de los pinos del Seregni. El maíz y las palomas y la gente y las palomas y la falta de maíz y la falta de gente y tanta gente en la Seregni. Yo aún no tengo claro que fue lo que pasó. Yo, Yo solo me acuerdo de ver a Rodriguez viendole el culo a una paciente y ¿eso está mal, no? Algo le dije y entre otras cosas me dijo metido y pusilánime, si decir que quiso sugerir de mi que era un cobarde a mi yo no sé, solo se me apagó la cabeza, me ardieron los ojos, me los imaginé rojos como la sangré. Me picó la mano y luego la siguiente imagen fue Rodriguez en el piso, con la boca y los pómulos manchados de saliva y bilis. y yo sin parar de gritarle: “HIJO DE PUTA, HIJO DE PUTA, HIJO DE PUTA” y mis nudillos llenos de su sangre. ¿Qué le pasa? ¿Cómo puede ser tan irrespetuoso? y yo encima destrozándole las facciones y el inconsciente pero ¿en qué momento? Si yo lo tenía todo bajo control, todo medido, todo calculado, todo limpio, todo aseado. Todo está bajo control, Todo está bajo control, Todo está bajo control, Todo está bajo control, Todo está bajo control.

Esa mañana sabatina era como cualquier otra en el ala de cuidado psiquiátrico del italiano. Se escuchaban los rutinarios gritos de la 601 que aseguraban tener todo bajo control. Rodriguez recibe el turno diurno y pregunta a la enfermera por el del 601.

– Signos estables, el tratamiento antipsicótico parece no estar haciendo efecto aún. Sigue creyendo que trabaja aquí y que tiene una casa modelo. – Dice burlona la enfermera.

Pasa Rodriguez por la 601 y ve a Jorge bien despierto, con los ojos bien abiertos.