Acotaciones
por Alejandro Alfonso
Al fin y al cabo la forma más efectiva de hacer reir a alguien es sabiendo hacer cosquillas.
He estado escribiendo cuentos desde primero de primaria. A mediados de diciembre comencé a intentar escribir un cuento sobre un hombre que sueña lujuriosamente con una mujer que originalmente cree sólo existe en su sueño. Eventualmente se da cuenta de que esa mujer es su hija y eso lo lleva a afirmar la existencia de un dios malévolo que ha creado el mundo para castigarlo. Si acaban de leerlo es porque he triunfado y he logrado terminar una versión lo suficientemente satisfactoria para publicar hoy. Si no lo leyeron, he fracasado en resolver los muchos problemas que se me han presentado escribiendo ese cuento. Mi primer problema es que aún no sé bien quién es el personaje principal. Mi segundo problema es lograr la revelación de que su hija es la mujer con la que sueña de una manera dramática y, en cierto sentido, trágica. Mi tercer problema es el más grande. No tengo la menor idea de para qué estoy escribiendo esto.
Yo sé que para escribir algo bueno no es necesario descifrar la finalidad de la literatura. Eso porque creo que la función y la virtud de la literatura, como la de cualquier arte, es inefable. Creo que podemos hacer teorías que nos acerquen y encontrar patrones que guíen nuestro obscuro oficio, pero, como con la vida, no le sacaremos nunca la mística que hay de por medio.
Me gusta mucho la finalidad permanente que Borges le atribuye a la literatura, la de “presentar destinos”, porque básicamente dice que el fin de la literatura es escribir lo que en cualquier momento ha sido necesario para cualquiera. Claro, como toda buena definición es prácticamente inútil, pues no establece criterio alguno de calidad más allá de la necesidad que está implícita en la palabra destino. Creo que yo le sumaría intensidad a los destinos. ¿Ya está dentro de la palabra destino la intensidad? No sé. Yo me atrevería a caer en la redundancia y diría que una finalidad de la literatura satisfactoria es la presentación de destinos intensos.
¿Cómo debe ser entonces un texto? ¿Cómo debe ser escrito este cuento que he decidido escribir? Ya existen muchas artes poéticas, muy generales y otras más específicas, que varían de las formas más clásicas, como la tragedia, hasta formas como el rap. He leído algunas, no todas, y mentiría si dijera que no me han iluminado, pero no son suficientes para colmar mis dudas.
Hay varias contradicciones en la racionalización de mis gustos. Me gusta el simbolismo pero no las alegorías. Me gusta cuando una obra dice algo pero no cuando es muy claro que está diciendo algo. Me gusta el arte que cambia a la gente, pero no me gusta el arte útil. Tengo tres categorías arbitrarias y en ellas agrupo películas, libros y canciones de la misma manera en la que clasifico mujeres en churras, lindas y bellas. Los criterios ni se me asoman, pero todo es o propaganda o entretenimiento o arte. La que prefiero, evidentemente, es el arte, pero no piensen que no hay un espacio de mi corazón reservado para el entretenimiento y la propaganda.
Creo que estoy escribiendo para leer un cuento que me gustaría leer. Algo que finalmente provoque una reacción visceral en alguien. No estoy escribiendo un tratado de filosofía. No estoy resolviendo un ejercicio de matemáticas. No estoy descubriendo los primeros principios. Estoy haciendo lo que Werner Herzog se propuso: encontrando imágenes adecuadas. Eso requiere conocimiento de todo. Al fin y al cabo la forma más efectiva de hacer reir a alguien es sabiendo hacer cosquillas.