Un Mundo infeliz
por Federico Flechas
Se trata entonces, de despertar, si ya lo está, de mirar con panorámica, y si ya hizo las dos y está en desacuerdo conmigo, lo invito a escribirme.
“económicamente estamos incluso peor que en los años treinta, en el sentido de que hay todo un empobrecimiento: proletarización de las clases medias, empobrecimiento hasta la miseria absoluta de las clases bajas. Nunca en Colombia tanta proporción de la población había pasado tanta hambre” Antonio Caballero
“A medida que la libertad política y económica disminuyen, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar…………..En colaboración con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre que es su destino” Aldous Huxley
Es común, incluso roza la ubicuidad, la (a veces acertada, pero en principio sesgada, y ya tediosa) manía de quejarse de la ecúmene occidental actual; la llamada “modernidad”. No es mi intención, que se dejen de criticar las (gigantescas, casi que monstruosas) falencias que son inherentes a estas sociedades occidentales, mi intención es, más bien, que se acuda a la justicia y se falte a la generalización apresurada e irresponsable. Insisto en que no se abandone el noble oficio de criticar a la sociedad propia (que resulta bastante moderno), que se critique implacablemente, pero que esta crítica sea ilustrada y no romántica; imparcial y no sesgada. Que apele a la razón y la prudencia, que se agude un poco la mirada, que no se den por sentado instituciones, derechos, beneficios, oportunidades, facilidades y demás de los que gozamos hoy. Quiero recordar, que, en virtud de la “modernidad ilustrada”, poseemos unas arcas de información de un calibre tan gigantesco, que resulta, sinceramente ridículo, continuar con el, ya estribillo, de las cenas familiares y las conversaciones de pasillo, “el mundo es una mierda”.
Nos encontramos en la embocadura de una nueva primavera, y como es costumbre, reina el optimismo, y déjeme decirle, que a menos de que usted viva en Gaza, Japón, Ucrania, sea un cura en Nicaragua, el nobel de la paz bangladesí o un ambientalista romántico, existen motivos que legitiman su optimismo (pero no los que usted cree). No me confunda con un optimista apasionado, ni mucho menos, existen también (y bastantes) motivos que propician una actitud totalmente opuesta. Pero sinceramente resultaría estúpido y terco, creer que dichos motivos alguna vez van a desparecer, los trade-offs son inherentes, siempre van a estar, el día que no lo estén, me encontraré en un abismo de aburrimiento sin salida. Pero más estúpido que creer que los trade-offs nunca van a existir, es juzgar la totalidad de un sistema por uno de sus efectos, sin ponderar, evaluar, siquiera reconocer, los demás.
En el pecado de evaluar parcialmente un sistema, y juzgar de ahí, su totalidad, cae desde el más salvaje, desinformado y romántico reaccionario, hasta el prudente, letrado y brillante intelectual, desde un hombre de gritos hasta un hombre de letras. Pero este pecado no es exclusivo a estos dos extremos, me gustaría enfatizar que, existe una amenaza (diaria y cotidiana), que contribuye, a que ni el enamorado del pasado, ni el más curioso, sino por el contrario, el ciudadano promedio (usted no, tranquilo, está leyendo una revista de universitarios) caiga, y se apropie, de los aterradores estribillos. Los medios de comunicación (por su propio formato) contribuyen implícitamente a sesgar y a presentar los horrores diarios como la norma cuando en verdad son la excepción. Es evidente, que un avance sustancial de la humanidad no le va a salir en un TikTok, o en UltimahoraCol, por el simple hecho, de que no se realiza de la noche a la mañana, porque, si fuera el caso, no sería un avance sustancial.
Más allá de su tío, de su amigo terco que no sabe un culo y, repite lo que le dice el papá, o simplemente, el encuestado promedio que repite que todo está mal, la que considero, la amenaza más grande a hacia la aproximación prudente y cuerda sobre la modernidad, es el consenso que goza ya de siglos de existencia, de un fragmento de todas las elites intelectuales. Véase al inicio del texto tres ejemplos citados, de reproches del hoy o del mañana (ya sean leves o radicales), que ejemplifica la heterogeneidad de dicho consenso, y de los portavoces tan privilegiados de los que goza.
Desde círculos más radicales que el de los tres eruditos de arriba, se pinta un mundo huérfano, sin cultura, sin identidad, sin tradición, sin moral, sin valores; se habla de una sociedad corrompida por el consumo, la comodidad, esclava de la tecnología, de una sociedad tonta, lenta, alienada, sin interés, y (hágame el favor) sin bienestar. Estas aseveraciones son debatibles, incluso factibles, y en el caso de que fueran ciertas, se deben ponderar en razón de los beneficios implícitos que trae estar vivo en el siglo XXI. El problema es que no es el caso, se utilizan estos adjetivos para venerar el pasado por el simple hecho de ser pasado, y para calificar (de forma definitiva) el presente, casi que por el hecho de serlo. Es un poco absurdo, que por el hecho de que a usted le repudien ciertas actitudes de la juventud de turno (enfatizo en que es de turno), se siga de ahí, ni muchos menos, que la sociedad ha decaído, o en su defecto, que debe cambiar (o mantenerse) a toda costa. Los que se aferran a estas ideas, olvidan, que cuando eran jóvenes, fueron criticados con la misma vehemencia y estupidez, con la que ellos critican a la juventud de turn0, con la que esta, criticará a la siguiente.
No me malinterprete, no está usted leyendo a un liberal frenético, que venera el cambio con la misma vehemencia que el reaccionario venera el pasado, todo lo contrario, el cambio debe ir de la mano con la tradición, debe nacer de esta, regirse por esta y ser coherente con esta. Los cambios son graduales y compiten (no todas las innovaciones, de cualquier índole, prevalecen entre nosotros), los más eficaces de estos, en aras de satisfacer las necesidades de la sociedad, son los que prevalecerán. Sentarse a predicar, cuales deben ser las necesidades de la sociedad, es un acto de la mayor arrogancia. Las necesidades, son eso, necesidades (nótese que no dije preferencias) y surgen, no se imponen.
El reaccionario, tiende, a creer que conoce su sociedad, y que conoce el antídoto a todos sus problemas. Es evidente que el ser humano (hoy por lo menos) carece de aptitudes para comprender las pericias del andamiaje de la sociedad, la cual es un proceso, no un producto, y mucho menos un producto del hombre, en el sentido en el que este no lo diseñó, no lo planeó, no lo construyó, y por ende, no lo comprende. El hombre se ha organizado sin darse cuenta, y lo sigue haciendo, las sociedades son las sumas (y restas) de interacciones voluntarias e involuntarias de miles de millones de agentes, que han cambiado y seguirán cambiando, (en interés, relevancia, numero, poder, dinámicas y demás) pero lo que si resulta razonable afirmar, es que a medida que la sociedad se ha movido, esta organización ha tendido a mejorarse a sí misma, y a los que habitan en ella, y podría decir, sin que me tiemble la mano, que, evidentemente de forma parcial, lo ha logrado.
Mi sustento de semejante afirmación tiene dos frentes, el material, y el que yo llamo el humano. Esta separación no se debe a que exista una disyuntiva en su consolidación, los frentes se retroalimentan entre sí, ni tampoco a que el progreso material resulte “inhumano”, más bien, se hace en aras de esclarecer la línea argumentativa.
El progreso material, que no solo considera el progreso económico, ya que, se puede crecer, y mucho, y evidentemente crecer trae benéficos consigo mismo, pero los avances en casi cualquier índice que usted considere son tan significativos, que merece un término propio que se aleje un poco de la mera producción y la riqueza. Este cambio, goza de un calibre, y una heterogeneidad tan alucinante, que da para una obra entera, véase “En defensa de la ilustración” de Steven Pinker para un desglose, en su mayoría cuantitativo, de semejante cambio. Yo espero ilustrárselo de otra forma diferente (suponiendo que Rawls lo apreciaría).
Pregúntese, cual es la probabilidad, de que, en su estirpe (usted que está leyendo esto en pleno 2024 en un computador o en su teléfono,) sea usted la persona que más años va a vivir, sea la persona menos propensa a caer en enfermedades mortales de toda índole, sea usted la que más calorías come al día, sea usted la que, al nacer, sus coetáneos sean la generación que menos murió al nacer, que menos padece de desnutrición. Sea usted el de mayores ingresos en su familia, ya sea porque vive en un país más rico que el de sus antepasados, o porque es muy probable que sus padres, sean los de mayores ingresos actualmente a lo largo del linaje. Sea usted el que los servicios públicos le resultan más baratos, o siquiera los tiene. Sea usted el que menos horas vaya a trabajar (aunque probablemente sea el que más va a ganar), y, por ende, tenga más tiempo libre, sea usted el que más años va a estudiar, mejor educación va a tener y demás. Es más, no solo usted, sino la continuación de su estirpe, las familias, países y continentes, condenados a cien años de soledad, se reducirán, o por lo menos, la condena no será secular (evidentemente será menor).
Es probable que le haya parecido un poco obvia, la lista que acabo de hacer, pero no pareciera, entonces, que los intelectuales, o los reaccionarios salvajes, valoren semejantes avances. Le pido que, así no esté de acuerdo conmigo, los valore, los reconozca y los pondere cuando haga un análisis sobre este mundo. Le pregunto entonces, ¿Si pudiera elegir una generación de su familia en la cual nacer, sin conocimiento ex ante de sus habilidades, cual escogería? Lo más curioso es que, por darle unos ejemplos, pareciera que Antonio Caballero escogería nacer en los años 20, y Octavio Paz en la segunda mitad del siglo XVIII, imagínese.
Ahora imagínese, que en una democracia (huelga decir, que no es de todo mi agrado) liberal del siglo XXI, sea usted condenado, omitamos la forma de la condena por el momento, por, ¡corromper a la juventud!, por, ¡querer traer nuevos dioses al panteón!, es evidente lo absurdo de esto, da risa incluso, y considero un acierto de la humanidad el consenso sobre semejante payasada. Ahora, imagínese, no solo que usted es condenado, sino que es usted privado de vivir, por semejante acontecimiento, es realmente absurdo. La cicuta solo se sirve hoy en un tercio del mundo (basta ver un mapa de estos países), y aunque el gigante occidental tan odiado la sirve, no lo hará por “corromper” a la juventud.
Es usted hoy, completamente libre de “corromperse” (si corromperse es debatir con Sócrates) en la proporción que le plazca. No solo eso, es usted hoy libre, de emprender el proyecto de vida, cual fuera, por más absurdo, arbitrario, aleatorio. Es usted libre de acometerse a semejante empresa (hágalo con responsabilidad), ni siquiera David Hume gozó de semejante privilegio. Goza usted también, de unas garantías, que al reaccionario le parecen absurdas (en virtud de la velocidad con las que se adquirieron), que son un verdadero privilegio, por lo menos de jure (antes ni siquiera), en este “horripilante mundo occidental”, y los que lo imitan, será usted tratado con justicia, goza de un estado de derecho, no solo eso, será usted tratado igual que sus pares, goza de igualdad ante la ley, goza usted de una voz (me es indiferente si es hombre, mujer, niño, viejo, clerical, militar, acaudalado o no, o lo que sea), puede hablar, participar, puede incluso tener el poder si se lo propone. Ejérzalos con el rigor que se merecen, y bríndeles el respeto merecido a estas instituciones, no las dé por sentadas, dos generaciones atrás en su estirpe esto era impensable.
Pareciera entonces, que le estoy describiendo el paraíso, y el de mirada aguda, seguirá escéptico, ya que basta salir a la calle, hacer una fila, pedir un favor, o escuchar a sus compañeros, para dar testimonio, que dadas todas las facilidades que tenemos hoy, y sobre todo debido a estas facilidades, es un poco desesperante vivir en este mundo. Surge entonces, una pregunta a responder en otra ocasión, ¿son los trade-offs inherentemente, proporcionales?, es decir, si logramos un avance gigantesco, estamos condenados a un costo de equivalente magnitud, no lo sé, por lo menos hoy, y en este caso, pareciera que es el caso, o por lo menos se percibe así. Smith (por favor lea a este tipo, se lo pido), dió un testimonio, realmente impresionante, y preciso, del que considero el trade-off, el costo, la otra cara de la moneda, que debemos (¿necesariamente?) cargar, por la sociedad que llevamos hoy.
Con el progreso de la división del trabajo, el empleo de la gran mayoría de quienes viven del trabajo, vale decir, la gran masa del pueblo, viene a confinarse a unas pocas y simples operaciones, con frecuencia a una o dos. Pero la comprensión de la mayor parte de los hombres se forma necesariamente por sus empleos ordinarios. El hombre cuya vida transcurre llevando a cabo unas pocas operaciones sencillas, cuyos efectos tal vez sean siempre los mismos o casi los mismos, no tiene la ocasión de ejercer su comprensión o ejercitar su inventiva para encontrar medios para eliminar dificultades que nunca ocurren. Por lo tanto, naturalmente pierde el hábito de tal ejercicio, y generalmente se vuelve tan estúpido e ignorante como le es posible serlo a un ser humano (Smith, 1776)
Poco me queda por añadir, resulta irrefutablemente claro, y sobre todo (lo que es sorprendente), vigente, resulta, escalofriantemente vigente, realmente me asombra. Teniendo en cuenta, y aceptando este costo implícito, porque, por lo menos a priori, resulta imposible evitarlo, surge la pregunta de qué hacer el respecto, es desesperante ver el desinterés y la poca curiosidad intelectual, la poca introspección, la poca reflexión y corrección, el poco conocimiento del mundo en el que se vive, el poco conocimiento de uno mismo incluso, realmente desesperante. Se debe entonces, ¿retroceder?, ¿dejamos de crecer?, ¿dejamos de dar garantías?, ¿dejamos de mejorar el bienestar de nuestra especie?, ¿dejamos de dar derechos?, ¿quitamos Waze, para que la gente se ubique otra vez?, ¿quitamos Netflix y Spotify para que la gente valore (en la propia escasez), el cine y la música?, ¿quitamos Uber para que los niños “se aprendan a mover” ?, ¿destruimos los celulares porque, los niños no hacen nada más?, ¡POR SUPUESTO QUE NO!, semejante solución tan infantil, prohibamos entonces todo lo que tiene un costo, prohibamos la vida en suma.
Nuevamente, como suelo hacer al final, este ensayo se torna en invitación. Lo invito, a que si no se ha despertado (si está leyendo esto sin que yo se lo haya mandado, probablemente lo está), a que se dé cuenta, que nunca, nada ha sido tan fácil, y que, por ende, tiene usted una obligación, casi que moral, con los miles de millones de personas que interactuaron para que su vida fuera tan fácil, y no le voy a decir que hacer con su vida (faltaría a todos mis principios), pero si le voy a pedir un favor, pregúntese las cosas, lo más frívolo, banal y fútil, cuestióneselo. Y si ya está usted muy despierto, igual que Octavio Paz (y todos los brillantes intelectuales que aborrecen la modernidad), por Dios como se puede estar más despierto, semejante genio. Lo invito a que quite un poco el zoom con el que está mirando (está mirando bien, es desesperante vivir hoy), y si quita el zoom, encontrará, como dice Antonio Escohotado, “la paciencia de la verdad”, y esta verdad es (a mi juicio, y espero haberlo hecho cambiar de opinión), que el mundo no es una mierda. Volviendo a citar al célebre español, “estamos como nunca”. Se trata entonces, de despertar, si ya lo está, de mirar con panorámica, y si ya hizo las dos y está en desacuerdo conmigo, lo invito a escribirme.
Y quizás, si Huxley nos mostró, como en su mundo, la gente era “feliz” (soma, represión, autoritarismo, propaganda…), pues será entonces natural, que, en nuestro mundo seamos “infelices” (tik tok, libertad, democracia, libertad de prensa…).