Acotaciones

por Alejandro Alfonso

Después de convertir el agua en vino y caminar en el mar, Jesucristo nos sorprende…¿haciendo quince abdominales? 

Foto del Rey y Mercedes.

Han llegado noticias del difunto padre a la casa y, como es debido, hablaremos hoy de él mientras cenamos. En Agosto Nos Vemos es la primera novela de Gabriel García Márquez publicada póstumamente. También es la peor novela que se ha firmado con su nombre. Aún así, hay que hablar de ella, por pura formalidad y por pura cortesía. Eso es lo que merece el hombre que nos dio la vida.

Decirle novela es el primer error que voy a cometer. Es un texto raro, es muy corto, es episódico y algo antológico. Venderla como novela está bien, e incluso creo que referirse a En Agosto Nos Vemos como novela es lo más pragmático que podemos hacer. Incluso si no colma la definición de este ambiguo término, creo que el hecho de que la colme o no es tan poco importante que es completamente válido hacer caso omiso a nuestras ansias de clasificar todo tan estrictamente y entregarnos al libertinaje de decirle novela a algo que podría no serlo. 

La novela trata de una mujer, Ana Magdalena Bach, y su relación con su esposo, un gran genio musical. Tiene 122 páginas en una letra muy grande. Veintitrés renglones por página. No estoy muy enterado del mundo editorial, pero creo que el manuscrito original se podría haber publicado para ser leído cómodamente en menos de cien páginas. Pero ese soy yo, que estoy acostumbrado a los cuarenta y tres renglones por página de mi edición del Círculo de Lectores de Cien años de soledad. Sé que ahora los libros se inflan y que la autoayuda que ustedes leen se podría publicar en treinta páginas, pero no se hace porque eso sería pedirle a la audiencia que acepte que le encanta leer panfletos y eso es malo para el negocio. La brevedad de la obra no tiene correlación alguna con la calidad del texto, esa sería una posición muy estúpida y vacía. Pero el hecho de que se intente hacer pasar un texto corto por algo más largo, por algo más grande, por algo que se vende mejor y se compra más, eso sí nos da una idea de las intenciones de los que han decidido publicar este texto. Y esas intenciones son, no muy coincidencialmente, las intenciones más compatibles con querer publicar un libro malo.

En los años finales de su vida, con el cáncer en los linfomas y el alzheimer en la nuca, García Márquez habrá dicho un montón de cosas ininteligibles atado a un árbol de castaño. Este libro, al menos varios momentos e ideas, son parte de aquellas cosas ininteligibles que balbuceó el viejo. No lo sabremos hasta mucho después, pero creo que esta vez no es latín.

La novela dice algo muy triste y lo dice tristemente también. Dice, un viejo irreconocible, untado en moco, sin poderse parar y usando los lugares comunes que le quedan a su desfigurada mente, dice este viejo llorando que extraña el pasado, y hace berrinche por él. Manda a que le pongan el liqui liqui de aquella inolvidable noche en Estocolmo y la panza no le entra en el saco y sus piernas ahora son muy cortas para el pantalón. Entonces llora por su pasado intentando llorar como cuando lloraba y era un genio, y cifra, como cifró su grandeza en El otoño del patriarca, el dolor de vivir en la sombra del gran hombre que fue en la historia de una mujer que vive en la sombra del gran hombre con quien se casó. García Márquez se siente emasculado por el gran hombre que una vez fue y le molesta que todos los que lo aman en su degenerada vejez le paguen 20 dólares por su correspondencia.

No es un buen libro. Pero hay algo en él. Hay algo por lo que decidí terminarlo y algo por lo que me sentí triste mientras lo leía. Probablemente es el morbo de ver al rey desnudo. Y si bien en El otoño del patriarca nos contó como se veía en bola, En agosto nos vemos García Márquez presenta la foto, sin mayor valor literario, que responde la forense pregunta: ¿cómo se veía el moribundo García Márquez empeloto?

Gabriel García Márquez se acuerda de lo grande que era pero no de cómo era que hacía para ser así de grande. Y si bien esta idea es fuertísima, la ejecución de la obra se queda a medias, como lo que es esperable de cualquier hombre que está perdiendo la memoria.

Él, como las mujeres de antaño, como la esposa de Bach, carga el nombre de un genio, pero no es aquel genio, es su rezago, su sobra. Él también se llama Gabriel García Márquez, igual que el que firmó Cien años de soledad, igual que aquel que ganó el Nobel en 1982, pero no es él. Es la esposa de sí mismo. Es su decrépita vejez. En En agosto nos vemos no sólo nos lo dice; nos lo muestra. Nos muestra que ya no tiene el jugo, que la sangre de sus venas ha sido completamente reemplazada y que las sinapsis de sus neuronas ya no pasean por los lugares de su verano. Es el barco de Teseo. Se llama Gabriel García Márquez pero verdaderamente ya no tiene nada de él: pieza por pieza ha cambiado completamente.

No confundan. Si, el libro es interesante. Pero no es virtuoso. A este viejo García Márquez le toma la misma genialidad y lucidez reconocerse como viejo reducido como le toma al abuelo de cualquiera hacer lo mismo. Lo que lo hace interesante es que este viejo fue más que sólo un gerente de empresa, o un mujeriego, o un presidente, fue la luz del nuevo mundo, el narrador de nuestros sueños. Tiene la misma virtud que tendría Messi si en 30 años llora desconsolado por la grandeza que una vez tuvo. Nos conmueve, es interesante, pero en ese llanto no hay nada grandioso. Probablemente eso hace que nos conmueva aún más. Es interesante como es interesante una biografía, es anecdótico. El valor de En agosto nos vemos es su morbo. Es saber más sobre la vida de García Márquez, no sobre su obra. Como libro es, literal y simbólicamente, pequeño. No busquen en él al genio, aproxímense a ese libro como se aproximarían a una página de Wikipedia. Y si quieren leerlo, no se atrevan a hacerlo sin antes haberse enfrentado a Cien años de soledad, a El coronel no tiene quien le escriba, a Ojos de perro azul, a La Hojarasca, a todo lo que escribió para El Heraldo firmando como Septimus. Es por respeto. Por respeto al único rey que ha tenido esta República. Aquel rey que sólo existe y sólo existió como el nombre que firmaba sus libros y cuentos grandiosos.

El texto divaga, nunca cautiva. Y yo lo leo y la prosa se siente aceptable, como algo que si lo hubiera escrito yo diría ‘ah, pues bien, decente’, pero luego recuerdo que este es el mismísimo hombre de los milagros. Después de convertir el agua en vino y caminar en el mar, Jesucristo nos sorprende…¿haciendo quince abdominales? En este libro hay un único milagro, que ni siquiera es un milagro, es la realidad de la vejez que ha decidido vivir hasta los 80: hay una memoria descalabrada, en la que las columnas hace rato se derrumbaron pero que, con aquella inverosimilitud típica de las memorias, se mantiene aparentemente erguida gracias a las telarañas de los lugares comunes. Y por eso mismo es que en este libro no hay un autor, hay, por mucho, un homúnculo, un zombi, una sombra.

En tres sentadas me leí Los Divinos, no sé ni porqué lo comencé ni porqué fue tan rápido que lo acabé. Supongo que el impacto de volver a ver el nombre de Yuliana Samboní el 8M y recordar que fue uno de nosotros el que la violó y mató me llevó a leer esas 153 páginas involuntariamente, como supongo fueron escritas y como supongo que se deben leer. Y esa es la razón por la que incluyó un libro tan desagradable como Los Divinos en este ajiaco.

Los Divinos, y lo dice la misma Laura Restrepo, se escribió solo. Se nota. Es la reacción visceral a un hecho que de por sí es literario, tanto en su pasión como en su monstruosidad (usado con la misma lealtad etimológica con la que lo usa Restrepo en su obra). El trabajo literario se hizo el 6 de diciembre de 2016 y Restrepo únicamente reaccionó en prosa. Los momentos más fuertes, lúcidos, literarios, cualquier adjetivo que les haga entender que me parecieron lo más importante, son precisamente las líneas que Restrepo saca verbatim de los reportes de noticias, de la crónica que realizó El Tiempo, del chismereportaje de Semana, de las declaraciones de los investigadores de la Policía. Incluso creo que el suicidio real, el del vigilante implicado, es más trágico, y por lo tanto más literario, que su contraparte ficticia (el suicidio del Píldora). No condeno a Restrepo en lo absoluto. Es más, tenía que ser una prosa importante como la de ella la que llenara los vacíos que nosotros, y sobretodo ellas, necesitábamos llenar para articular, de cierta manera, un hecho tan monstruoso (de nuevo, de mostrar). 

Restrepo dejó a sus pulidos instintos literarios y a su técnica subyugarse a la emoción que produce enterarse de que un gomelito del Moderno mató y violó una niña de siete años, y de ahí surgió un texto que se escribió solo, en el que se notan los recursos de Restrepo como caminando solos, como si fuera un filtro que se le aplicó a un reportaje. En agosto nos vemos también se escribió solo. La técnica y la cursilería garciamarquiana tomaron vida propia y se despegaron del genio del escritor. Sus herramientas se emplearon a sí mismas, así se siente leer el libro en varios momentos, se siente como ver un filtro ser aplicado a una serie de sucesos aleatorios, que no tienen porqué ser contados y que no van hacia ningún lugar que sea memorable. No parecemos encontrar la justificación de las líneas que escribe. ¿Para qué? Para no enloquecerse supongo. Para gastar el tiempo en algo. García Márquez ya no se acuerda de sus sueños ni de los sueños de su pueblo. En esta novela el viejo pensó en una figura que mostrara la impotencia de vivir en la sombra de un gran hombre. Y esta figura la relleno con las instrucciones que le dió la decaída memoria, ponga corazón en este pedazo de la oración porque alguna vez lo hicimos y nos quedó bien, ponga temor aquí porque eso suena bien, insertemos esta imágen porque esto es lo que yo hacía. Esa memoria decaída, esa herramienta que se manda a sí misma mientras la conciencia muere, es una IA, que liga los términos por probabilidad, sin alma, a punta de reconocimiento de patrones. La rienda suelta de este psiquismo nos revela los lugares más comunes de nuestro genio. Y eso también es interesante de ver. Morboso, algo indecente, pero interesante.

No creo que vuelva a leer esta novela nunca. No la regalaré ni la recomendaré. No creo que haberla publicado sea el crimen contra García Márquez que muchos creen que es. Pero si me entristece que los propios hijos del genio no logren descifrar en qué consiste la virtud de su padre. Pensar que fueron las herramientas, pensar que fue sólo la forma de contar y no lo que se contaba, ese es el gran pecado. Supongo que lo que hay claro en este suceso es un argumento contra la monarquía. Al hijo de un buen rey se le dificulta, primero, entender que era lo que hacía a su padre ser bueno y, segundo, entender que era lo que lo hacía ser rey.