Editorial.

A mi me preocuparían muchas cosas si alguien leyera Bu!!a. Es un problemota decir algo y que alguien lo escuche a uno, sobretodo cuando uno agarra confianza y se pone valiente y decide enfrentarse a asuntos de niño grande, como por hacer algo, como por entretenerse. Por ejemplo. Ayer fui a ver una película francesa en cine, La Bête (La Bestia). Éramos poquitos en el teatro, unos quince. Una pareja se salió faltando unos veinte minutos. Cuando la película se acabó y los créditos salieron en forma de un código QR, la actitud general del público fue decir algo similar a ‘fiuf, por fin’ y luego ignorar completamente el QR. Sin embargo, a mi familia le gustó. Yo ví la última hora inclinado hacia el frente en un ángulo de cuarenta y cinco grados con la cara entre las palmas de mis manos. Al salir dije en voz alta: creo que esta es una de mis películas favoritas. Mis compañeros de sala me miraron muy mal.

Ese es el problema de decir cosas. Dije que la película que tiene 3.6 estrellas como calificación promedio en Letterboxd es una de las mejores de la historia, ¿cómo no me van a tratar como un paria? Es parte de vivir en sociedad. La película era de eso, en parte. De los costos a los que no podemos renunciar, los costos de la historia humana que nos bota en la mitad de una obra a medias, con un rol para jugar que se ha definido hace mucho rato. No podemos quitarnos eso simplemente porque es inconveniente. No podemos cortarnos nuestras güevas llenas de historia, ¿quién nacerá de ese vacío?

Como todas mis películas favoritas, La Bestia me dejó algo duradero, me aclaró unas nociones de la vida que ya tenía y me convenció de emprender ciertos caminos que hasta ahora apenas había planteado. Varios de estos impactos salpican a Bu!!a. Sabemos que lo importante es hacerla. Eso lo hemos tenido claro desde el día uno. Probablemente es el primer obstáculo para que crezca: siempre estamos muy ocupados haciéndola. Hay que dejar las cosas constatadas. Y lo que tenemos que constatar es lo que constata también La Bête. Nosotros, cuya agencia es muy poca, tenemos el deber de decir que vimos esto venir. Todo lo que pase, lo vimos venir. Hubo ingenuidad, no dimensionamos las consecuencias, pero lo vimos venir. Así en el futuro no pensarán de nosotros que fuimos únicamente una raza echada al traste, que se destruyó a sí misma sin siquiera darse cuenta. No. No es así. Seremos la raza que se destruyó a sí misma mientras se daba cuenta. Dense cuenta.

En esencia Bu!!a tiene dos funciones: hacer de archivo y hacer de torero. Lo que ya he expuesto es en tanto archivo, acá debemos dejar escritas, elaboradas e impresas nuestras preguntas, nuestras preocupaciones, nuestro horror. Eso es lo que hacemos para el futuro. Hacemos de torero para el presente. Queremos deleitar. Queremos mostrar que hay cosas que grabamos que son buenas y que sabemos darle buen uso a ciertas canciones, que tenemos una creatividad que a veces se acerca y una sagacidad para decir cosas que podrían ser importantes para alguien o para algo. Estamos, también, en el negocio de producir un bien. Estamos toreando en una plaza vacía, desperdiciando a los mejores toros, de vez en cuando haciendo maravillas sin que nadie diga olé. Es parte de la vida. Y calma saber que esas veces que nos tropezamos y el toro nos clava un cuerno en una nalga, nadie mira tampoco. El estadio vacío, sobretodo en la juventud, es un arma de doble filo. Para el pasado tenemos una reverencia y nada más. Todo el resto es muy ñoño.

Al final la vida es sobre eso, siempre ha sido sobre eso. Tenemos que saber quiénes somos y para qué servimos, quiénes podemos ser en lo abstracto y quiénes podemos ser en nuestras condiciones inmediatas. En general, todo es sobre comer bien y dormir bien para dar una medialuna el siguiente día y que alguien lo quiera a uno por eso. Y para tener algo que contarle a aquellos retoñitos que le surjan a uno de las andanzas que tuvo con ese alguien que lo quiso.