escucha
por Juan Esteban Lozano
Somos tan indiferentes al paisaje sonoro que colocamos una obra de arte sonora en una calle congestionada y no nos damos cuenta.
“El artista cartagenero Oswaldo Maciá resultó ganador del Primer Concurso Internacional Museo a Cielo Abierto con una obra sonora que, según el concepto de los jurados, revolucionará el arte latinoamericano. […] Entre las 89 propuestas que se recibieron, el jurado escogió la obra de Maciá, Escenario en Construcción, compuesta por 5 cubos y 5 conos construidos en acero corten, de donde saldrá el sonido del canto de las 1.900 especies de aves que existen en Colombia.”
Camine por toda la Avenida 19 hacia las tres torres cuyo verde y azul crayola intenta desesperadamente camuflarse con los cerros orientales. Doscientos millones de pesos después, en la Carrera 3a, se encontrará con la obra de Oswaldo Macía.
No soy crítico de arte, tampoco estoy a cargo de la página web de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte. Por estas dos razones no puedo atestiguar si esta obra realmente fue un hito histórico en el arte latinoamericano, ni puedo justificar la inversión del distrito en esta escultura de cara a su impacto hipotético en los ciudadanos y en el desarrollo urbano del centro de la ciudad.
No tengo nada en contra del escenario en construcción, antes lo veía y me parecía particular, chévere, pero nada del otro mundo. Mi indiferencia cambió cuando me encontré con un periodista gracias a algún algoritmo; recuerdo que hablaba de la primera obra de arte sonora en la ciudad y según el video, el canto de las aves sonaba todos los días a las 7 de la mañana y a las 7 de la noche. Parte de la justificación de Macía se relaciona con exaltar que Colombia es el país con mayor diversidad de aves en el mundo con más de 1.900 especies, y un llamado a la conservación de este patrimonio ya que 1.500 se encuentran en peligro de extinción.
Todos los involucrados están satisfechos con esta intervención. La cultura es tan necesaria en la ciudad como la conciencia ambiental. De acuerdo con el jurado, “la obra es propuesta como un momento poético en medio de los ruidos del tráfico diario, y como una experiencia del contexto urbano más allá de su pura función de espacio de tránsito entre áreas diferentes de la Ciudad”.
Mi comentario no es sobre la pérdida de biodiversidad, ni sobre la planeación urbana, ni es una anotación a los críticos de arte.
Mi comentario es sobre las personas que ponen un vasito plástico entre las ruedas de su vehículo motorizado para que cada revolución de su moto sea escuchada a varios kilómetros a la redonda. Somos tan indiferentes al paisaje sonoro que colocamos una obra de arte sonora en una calle congestionada y no nos damos cuenta. Caminamos ensordecidos por contaminación o por música a todo volumen. Es distinto doblar las campanas de una Iglesia en un pueblo, sin edificios y pocos carros a hacerlo en una ciudad en medio de varios rascacielos. Es tan diferente como comerse un paquete de papas en un transmilenio a ese mismo sonido, incriminatorio, en una sala de cine.
Puede que poner el “Escenario en Construcción” en medio de todas las presentaciones de un motor a combustión donde nadie lo escucha, en vez de ser un descuido absurdo, sea una retórica de qué nos importa por igual: la diversidad de aves en Colombia, el ruido qué hacemos y el que escuchamos.