ir al cine en tres peliculas
por Felipe Villarreal
Quizás es por eso que me gusta pensar en ver películas como una acción tanto activa como pasiva, porque ir al cine siempre se hace por decisión propia, pero se depositan esperanzas en un extraño para que nos impacte.
Cuando se habla de cine se puede hablar de las historias contadas, de las proezas técnicas, de las implicaciones del medio en el mundo y de las implicaciones de la forma en el medio. Sobre el cine hay mucha tela por cortar y, sin embargo, no hablaré de ninguno de estos temas, que se concentran en la naturaleza del cine. No, me interesa reflexionar sobre ir al cine por medio de un análisis de mis tres últimas experiencias en una sala de teatro, porque todo el mundo va al cine.
Duna: parte dos.
Fui a ver Duna porque leí en Tuiter sobre sus visuales. Para mí, la parte más glamurosa del cine es la fotografía. Si una película no me entra por los ojos no me entrará por los oídos. Por esta única razón me vi Duna: parte uno, que no me generó pasiones, y compré una boleta el miércoles 6 de marzo a las 9:20 p.m. en el Cine Colombia de Unicentro.
Uno va al cine por una promesa. A mí me prometieron visuales, a otros un protagonista conflictuado y a otros a Timothée Chalamet y a Zendaya y a Léa Zeydoux y a Florence Pugh y a Austin Butler calvo, etc., pero la mayoría de personas van al cine a pasar el rato. La promesa es pagar diez mil pesos por una boleta y veinte mil pesos por un cine combito y en retorno, pasarla bien. Entonces, la decisión de ir al cine puede ser activa, donde se entra al teatro con un objetivo en específico, yendo a reclamar lo que nos prometieron, o puede ser pasiva, donde se va listo para ser sorprendido.
Creo que la persona que va al cine a las nueve de la noche toma la decisión por una mezcla de estas dos. Cree que toca ver la película, o porque se ve bacana, o porque está nominada a los Oscars o porque le gusta al niño que le gusta, pero toca verla. Por eso la familia Villarreal/Caycedo va al cine.
La Zona de Interés.
Hay un tercer escenario que puede motivar a alguien a ir al cine: poder ir al cine. Esto fue lo que me pasó con La Zona de Interés.
El viernes 8 de marzo, todas las boletas en Cine Colombia estaban a 6.000 pesos. Cuando me enteré me dio igual, pero luego sentí la urgencia inmediata de meterme en una sala de cine a ver lo primero que se me atravesara. Salí de clase a las 11 a.m. y tenía un compromiso a la 1 p.m., así que busqué qué películas estaban dando en el teatro embajador que duraran menos de una hora y media. La Zona de Interés a las 11:20, perfecto. Ninguna de las personas con las que me crucé en la universidad aceptó acompañarme, así que acudí a Paula, que sabía que salía de clase en El Rosario hacia esas horas. Luego me di cuenta de que no me iba a alcanzar el tiempo así que nos quedamos charlando, igual a el día le quedaban trece horas.
Llegué a mi casa hacia las 8 a convencer a mis hermanos de ir al cine y me dijeron que sí. La única función que quedaba era La Zona de Interés en Iserra 100 a las 9, así que terminamos de comer y salimos para allá. Nos encontramos una sala que no estaba llena ni a la mitad.
La película abre con un par de minutos de pantalla negra y ruidos de fondo, luego entra a narrar la cotidianidad de la familia del comandante encargado de Auschwitz, de vez en cuando había diálogos o escenarios que lo hacían reflexionar a uno. Me quedé dormido a los 20 minutos de iniciada la película.
Esto no dice tanto sobre la película como sobre mí. Yo ya había cumplido mi objetivo, ir al cine pagando 6.000 pesos, y me pude quedar dormido solo por eso. Si hubiera ido buscando algo, aunque sea pasar el rato, al menos me hubiera quedado despierto más tiempo. Creo que poca gente va al cine por ir al cine, porque puede ir al cine. Aquí entran en juego los capitales; tengo el dinero, la energía, el tiempo y el capital cultural para ir a ver esta película porque sí. Eso me parece más bien triste.
Anatomía de una Caída.
Vi Anatomía de una Caída con Mar, que siempre que la veo tiene el pelo distinto. Fuimos a Avenida Chile a las 12 m., para la penúltima función de la película. Esta vez sí hubo propósito, vi fotos del guion y me atrajo mucho.
Sin embargo, lo resaltable de esta ida al cine no fue el propósito, sino la comunidad que se formó. Cuando entré a la sala me di cuenta de un ambiente distinto de mis dos anteriores visitas al cine: la edad promedio del espectador era de unos 25 años, salvo por un par de parejas de 70; la sala era pequeña, pero no estaba llena ni a la mitad; la pantalla estaba un poco alta, y no había nadie sentado en preferencial. También me parece importante hacer énfasis en la hora, no todo el mundo va al cine al medio día entre semana, los que lo hacen van al cine porque son adictos, lo consumen de una manera vulgar y golosa, y ver películas con personas así siempre es genial.
Al ser una película que se desarrollaba en juzgados, el público se empezó a comportar como uno: calla cuando un testigo habla, juzga cuando el fiscal acusa, siente piedad cuando la defensa responde y comenta cuando se levanta la sesión. Ir al cine a ver esta película no tuvo como única consecuencia la concentración total; es más, estaba desconcentrado al darme cuenta de todo esto. La principal consecuencia fue que, debido a esta comunicación que tenía con los otros espectadores disfruté más la película. Seguramente el ritmo, la dirección y el diseño de sonido de la película también ayudaron, pero al salir de la función, Mar me dijo exactamente lo mismo.
Cierre.
Creo que yo voy al cine porque creo que algo merece ser visto, porque promete que me impactará. Puede que esto no se cumpla en la mayoría de los casos, pero me hace feliz que siempre sea una posibilidad. También me hace feliz que exista un medio tan masivo como este, porque todo el mundo ve cine y todo el mundo habla de cine. Quizás es por eso que me gusta pensar en ver películas como una acción tanto activa como pasiva, porque ir al cine siempre se hace por decisión propia, pero se depositan esperanzas en un extraño para que nos impacte.
Puede que me equivoque, que no siempre haya una promesa involucrada o una búsqueda de algo oculto, pero es indudable que se va al teatro para algo más allá de solo ver una película, se va porque se busca experimentar algo rodeado de extraños, que mientras están en ese espacio forman un vínculo con nosotros. El cine nos acerca.