La extravagancia de procrastinar

por Sara Nicole Arias

Hay cierta teatralidad en posponer; el cuncho de chocolate que se llena de hormigas, la ropa que se seca sin ser colgada, las pilas que nunca son cambiadas, la persona que fermenta sus pendientes en apps de notas mientras mira la hora y ¡no empieza! 

Dos caballos blancos y un hombre.

Los peces son los animales más halloweenezcos de todos: tienen forma de dulce, de calabaza, de araña, huelen a podrido y son viscosos. Y si ignoran las obviedades de vivir en la oscuridad y ser usados como decoración horrorosa, podrían disfrutar el programa de TLC Con el agua al cuello (el de las peceras gigantes) donde el único interés es la estructura de la pecera. Vemos para especular y posteriormente averiguar qué tan excéntrica y ridícula va a ser. Tras unos capítulos uno se da cuenta de lo redundante y hasta tortuosa que es la parte en la que eligen a los peces, de que a los dueños les importa más mostrar que tienen plata para una pecera chévere que tener una pecera chévere y de que el olor a Emulsión de Scott que emana la comida para pez es algo irrisorio.

Yo crecí pensando que quería una pecera en mi futura casa, es claro que de alguna manera me cautiva la extravagancia, pero cuando hablo de extravagancia no me refiero a las cosas gigantes y brillantes, sino a la perversidad en una intención recurrente; lo extravagante no es la pecera en forma de torre Eiffel sino lo repetitiva que es la necesidad de ostentar con cosas absurdas, y esto aplica para todo, inclusive cualquier intento de pobre escritura como la mía, que es en resumen extravagante y perversa. Al final poco importa lo que termine escribiendo en comparación con lo cautivante que es la idea de tener un blog o una revista. Ya se podrán imaginar por donde va esto.

Hay cierta teatralidad en posponer; el cuncho de chocolate que se llena de hormigas, la ropa que se seca sin ser colgada, las pilas que nunca son cambiadas, la persona que fermenta sus pendientes en apps de notas mientras mira la hora y ¡no empieza! Posponer implica prolongar y al prolongar se pretende evadir, sin embargo, hay algo particular con procrastinar que me hace pensar que su origen no proviene de la extravagante necesidad de evitar (ya sea el fracaso o la fatiga) sino de irrespetar. Podría ir muy lejos y decir que inconscientemente retamos los pecuecos estándares de productividad, pero eso sería darle demasiado crédito a nuestra generación. Es un acto de irrespeto en el sentido en que un esqueleto abandona un cuerpo; un amigo que llega faltando 15 para las 6 cuando habían quedado de verse a las cinco, un papá que te invita a cine y en lugar de entrar contigo se queda tomando en un BBC, el letrero de la notaría que dice que los tramites duran tres días hábiles y en realidad son siete -despreciarnos a nosotros como todos lo hacen- y por favor no me hagan poner más ejemplos rebuscados, solo recuerden cuantas veces han retrasado algo considerablemente importante para ustedes ¿Quién los pondría al borde del precipicio si no es alguien que los odia? Y es curioso cuando alguien que presume tener buena autoestima se ama tanto como para considerarse bello, pero no se respeta lo suficiente como para cumplirse la promesa de estudiar por 30 minutos seguidos.

Esto no es autosabotaje, ni falta de diciplina, ni TDH, ni sobreestimulación. No importa cuantos pomodoros usemos si no entendemos lo que implica tener honor.  La palabra “honor” es una de mis favoritas, en principio porque se puede relacionar con palabras como honestidad, distinción, gloria y brillo, en segundo lugar porque hay bellos textos de Santo Tomas en los que él asocia el honor con “la temperantia, virtud que nos aleja de lo más pernicioso e indecente”.  Incluso en El cantar del Mio Cid se vincula el honor con el prestigio, lo que solo es una muestra del punzante interés que había en la Edad Media de ser considerado honrado, en el cumplimiento del deber y en la estima que esto  brindaba. En la actualidad se conserva el deseo por el prestigio, pero este ahora proviene de la extravagancia, desplazando así la reverencia ante lo noble. No hay otra motivación para el cumplimiento de los deberes si no es el honor, si nuestra generación no ve valor en ello, procrastinar solo es será una respuesta natural. Y en tercer lugar porque “honor” sería un buen nombre para un perro.

 Las ideas tiernas que aseguran que las actividades odiosas que tenemos que terminar servirán de algo, o significarán algo para el futuro, terminan envejeciendo y muriendo en cajetillas de cigarrillos húmedos. Nada nos puede asegurar un premio, se tiene que vivir únicamente con el alivio del que es diligente, con lo que se puede evitar ahora. Este panorama es desabrido y menos colorido que lo proponen los planners o los checklist adhesivos, pero puede cavar un agujero en la corteza prefrontal y con el tiempo pensar que no cumplir con sus propias tareas es una cobardía, una falta de respeto a si mismo y una blandes ante la verdad. Aunque tampoco crean que, recomiendo tanta dureza, la honestidad que se requiere para asumir compromisos es flexible y puede ayudar un “levantarse a las cinco de la mañana es casi imposible, pero a las siete si puede suceder”.  La confianza en ustedes se promueve al cumplir su propia palabra, de la misma forma en que confiamos en un extraño que sabemos que ante todo es puntual.

Lo demás que tengo que decir sobra. Con paciencia, haciéndose un lavado de cerebro tres veces a la semana y tomando juiciosamente sus medicamentos espero que logren dejar de procrastinar lo importante, dormir un poco más, y tal vez ser alguien honorable en medio de eso.